Despierto una vez más bajo los rayos que ingresan por el tragaluz e iluminan todo el cuarto. Es 27 de julio, primer día de la semana. Yo aquí en Arequipa, queriendo tomar este día libre, aunque ya me encontraba en una sucesión de días libres.

Los recuerdos del hundimiento están presentes, por supuesto, pero ya es hora de empezar a superarlo. Sin embargo, deseo un día libre, sin presiones, sin pensar que debo lograr algo, sin pensar que debo hacer algo. Tan solo me quedo a leer en cama antes de salir a desayunar. Es un día radiante. El tiempo pasa lentamente.
Una vez en la plaza, me acerco a una agencia que está por allí para reservar un tour de un día al Valle del Colca. Pasaría una furgoneta a recogerme a las 3:00 a. m. del día siguiente aproximadamente, o un poco más tarde. Regreso a mi habitación. De repente, en lo que estoy ordenando mis cosas, me llama el organizador de la expedición recientemente terminada en Arequipa para comentarme que la gente se va a juntar de nuevo para ir a subir, si mal no recuerdo, la cumbre Simbral del volcán Pichu Pichu al día siguiente. Le respondo que ya había hecho otros planes. Nos despedimos.
Un corto tiempo después, decido ir a una librería. Es una muy buena, pero cuyo nombre no recuerdo, que está ubicada, caminando en dirección a la plaza por la calle San Francisco, antes de llegar a SBS. Entras por una puerta de vidrio. Es una librería más intelectual por el enfoque de su oferta y su ordenamiento. Además, en una mezanine, tiene una sección donde puedes tomar libros usados para leerlos allí mismo, o intercambiarlos por otros. Algún error cometo en estas informaciones, pero lo dejaré de lado.

Largo rato estoy allí. Sé que debo comprar un libro, siento esa necesidad, y ya he visto varios que me atraen. Finalmente, me decido por uno de Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza, un estudioso de, entre otros temas, el poder de las redes urbanas y sociales. Si bien sé que he hecho un gasto importante, me voy satisfecho porque sé que será una lectura inmensamente enriquecedora.
Luego, me dirijo caminando al magnífico restaurante La Nueva Palomino. Tan solo es caminar por la calle Puente Grau en dirección al distrito de Yanahuara, cruzar el intercambio vial y el puente, en el óvalo Grau entrar a la derecha al malecón Bolognesi, andar por ese agradable paseo hasta una calle muy corta (que ubicarás a tu izquierda, terminando un pequeño parque) que conduce al pasaje Angamos, entrar por este pasaje y desembocar en el restaurante, donde, si hay fila, te registras y esperas ser llamado para recibir tu mesa.

He ordenado. Creo que esa unidad de ese plato específico es la última que queda, porque escucho decir al mozo a los comensales de la mesa de al lado que no queda más del mismo. Y lo hace luego de un tiempo de haber la persona ordenado. Es lo que llamo ganar por puesta de mano. Más tarde, el mozo se vuelve a acercar para indicar que ya no queda más unidades de otros platos, en momentos distintos. Pienso, o está muy desinformado por propia negligencia, o simplemente se han alineado los planetas para ese restaurante ese día a esa hora y da perfecta coincidencia que los platos se van terminando poco después de que el mozo averigua por última vez que, efectivamente, quedan algunos. O, simplemente, le están haciendo una mala broma.
Disfruto mi abundante y rica comida. Pago y luego regreso por el mismo camino a mi hostal. Tiempo después, vuelvo a salir y me dirijo a la Catedral. Deseo conocerla más y tomo el recorrido en su museo. Hay un pago por el ingreso de 10 soles y, adicionalmente, uno opcional (propina) a la guía, que se hace al final (es más obligatorio que opcional, y también es 10).
Contiene la Catedral trabajos de arte muy bellos, grandes cuadros y diversas elaboraciones en oro y plata, entre otros elementos históricos. Son trabajos muy reguardados. Algunos altares son sacados al público en eventos especiales. Luego de ver el museo, pasamos a la zona de misa, la sección más amplia. En todo momento, la guía nos trata con mucha amabilidad y explica con seguridad, orgullo y alegría las historias que narra.
Entre estas, nos cuenta que el notorio púlpito de la Catedral, que tiene un demonio tallado en manera en su parte inferior para representar su continua presencia en el mundo, pero a la vez su infinita derrota, es motivo de especial admiración por las personas, quienes se toman muchas fotos con el mismo, y en mayor medida con dicho demonio. Lo he notado también. Nos cuenta, además, que, una vez pasada, unos extranjeros que habían tomado ese recorrido le pidieron que les dé un momento a solas para poder orar al demonio, que era una figura en la que creían y habían seguido desde lejos. Ella, sonriendo sorprendida por su propio recuerdo, nos dice que hay que respetar todas las creencias, aunque parezcan ridículas, aunque esto último no lo dice con palabras. Sin embargo, venir a una iglesia católica a orar a un demonio es una de las cosas más ridículas que yo vería.

Más adelante, nos dirigimos al techo. Hermosas vistas de la ciudad. Chachani y Misti a lo lejos, la gente se toma fotos. Solicito una foto con la primera, mostrando la prioridad que le doy sobre la segunda. La guía se sorprende. «Antes, Misti era el volcán que causaba más atracción», o palabras similares. Vamos a las campanas, nos explica su funcionamiento. Bajamos, el recorrido había terminado. Me despido de la guía y me retiro.
No hay más fotos más allá de ello en dicho día. El resto de la tarde y la noche que siguen la paso con tranquilidad, siempre pensando, siempre meditando. A veces, simplemente necesitas un respiro, calmar los ánimos, recuperar la mente y volver al ruedo. Al día siguiente, toca Colca, un último paseo antes del retorno final.

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