En la ruta hacia las montañas, surgió la idea de llevar un pollo a la brasa con nosotros, ya sea para el camino o para comerlo en algún punto. A pesar de la comida que ya estaba llevando (pensada para la expedición completa e incluso de sobra), me sumé también a la iniciativa. Sentí que, quizás de esa manera, ya no tendría que preocuparme por comer durante la escalada. (Asimismo, estúpidamente, pedí el pollo sin las salsas que incluía para no «incrementar» la grasa que iba a consumir.)
El pollo lo comí apenas regresé al carro, al igual que otros compañeros. Al final, terminamos con un olor a pollo a la brasa en la 4×4, manos con grasa, basura en bolsas… un desastre. Además, no mucho tiempo después, mi estómago empezó a hincharse. Tremendo error que no volveré a cometer.
Había emoción en el aire: se venía una gran noche-madrugada. En el camino, sentía deseos de descansar con los ojos cerrados, y mi amiga Ceci me dejó reposar sobre su hombro. En otro momento, el conductor hizo una broma al compañero que estaba en el asiento del copiloto, en la cual, como generando preocupación, le pidió que verificara si la llanta que daba a su costado estaba en el aire en la medida que bordeábamos una curva ligada a un barranco (como casi todas las curvas por esa zona específica). Obviamente, esto no era verdad, pero, al tomar el compañero con seriedad el asunto y descubrir la farsa, reímos todos intensamente. Para que no «se la hagan» a ninguno en el futuro.
Llegamos al fin de la ruta en carro a eso de las 10 p. m. No era una buena noche, en especial para mí. Al bajar, el fuerte frío invadió nuestros cuerpos (el punto bordea los 5000 m s. n. m.). Nos abrigamos y preparamos nuestras maletas. Recién allí hicimos la repartición y calibración de crampones para ajustarlos a nuestro calzado: era posible que encontráramos nieve en el camino, como se veía a lo lejos, desde la ciudad. Una leve capa al menos. Fue algo muy desordenado. (Ya me había probado crampones por vez primera en la sede de la RML, y me había parecido complejo por la manera como tenía que adecuarlos y atarlos; era un principiante.)

Empezamos a caminar hacia la zona de campamento (donde no íbamos a acampar, sino la idea era seguir de largo hacia Chachani). En ese primer tramo, algunos fueron adelantándose y otros fueron quedando atrás. Me fui retrasando porque no quería gastar energías en ir rápido ni alejarme mucho de una compañera que venía más tranquilamente atrás. Se había enfatizado previamente que debíamos ser un equipo. Sin embargo, en ese tramo, parece que solo importaba la velocidad, lo cual conduciría a un alejamiento físico entre nosotros. Desde adelante se dijo «¡apúrense!», a lo que respondí enérgicamente que la idea de equipo se había quebrado y ellos estaban generando el alejamiento, aunque no con esas palabras. La misma voz me respondió, con molestia, que ellos estaban yendo «lento». En fin. No mencionaré con quién fue esta breve discusión.
El camino siguió. Andaba sin personas cerca. Empecé a sentir malestar corporal: mi cuerpo se enfriaba, el estómago seguía hinchado, el sueño avanzaba, la altura apremiaba. Caminaba y mis ojos se cerraban. Sentía frío, cierto mareo. Sentía mucha carga en la mochila (y es que llevaba más de lo necesario, al menos desde mi punto de vista actual). Empecé a dudar de si podría completar la ruta. Llegamos a la zona de campamento. Allí estaba armada la carpa-refugio de la agencia Quechua Exploring, utilizada en sus expediciones. Quienes iban llegando, iban entrando allí para descansar un momento y calentarse un poco. Hacía frío, bastante frío.
El primer guía de la expedición, por algún motivo, se había demorado y llegó un poco después a la carpa-refugio, donde estábamos casi todos los demás (si no todos), y nos llamó la atención por haber entrado y no continuado. Nos dijo que sería peor, que perderíamos el calor corporal ganado y que cualquier percance futuro debido a ello quedaría bajo nuestra responsabilidad.
Por mi parte, ya no me encontraba bien. Fuimos saliendo de la carpa para empezar a subir Chachani. Era mi segunda vez en esta montaña. Sin embargo, ni bien di unos pasos fuera, me atacaron unas náuseas que ya venían gestándose, y el vómito era inminente. Tuve que arrojar. No obstante, el haber expulsado el mal elemento de mi organismo me permitió recuperar vitalidad y empecé a caminar de forma decidida. Pero mi cuerpo frío y débil ya estaba perdiendo resistencia física. Avanzaba y me detenía constantemente por cansancio. Además, mi peso corporal andaba por encima de lo que hubiera deseado en esos días (en la mayor parte de ese año en sí, pero ello empezaría a cambiar a fines del mismo), lo cual influía en mi pesadez general.

Por mi demora, estaba último. Sin embargo, llegué a pasar a una compañera y alcanzar a otro compañero en unas rocas, donde se podía descansar. Allí me detuve también. Luego, ella nos alcanzó, hablamos un ratito los tres y siguió su camino. En el caso de él, estaba teniendo algunas dificultades también. Me comentó que estaba pensando en bajar, pero lo animé a seguir y avanzamos un poco más, hasta una parte donde se veía unas rocas grandes. Mi malestar y cansancio se seguían haciendo sentir. Ya cerca de esas rocas, él me dijo que bajaría definitivamente. Yo también decliné y empezamos el retorno. No quería yo seguir subiendo y, más arriba, declinar y luego tener que bajar solo. Sabía que estaba muy débil, así que tomé la decisión de regresar. Habíamos caminado cerca de una hora.
En el camino de vuelta a la zona de campamento, nos abrimos mucho a la izquierda y, cuando ya estábamos relativamente cerca, no podíamos ubicar visualmente la carpa-refugio desde nuestro punto arriba. Sin embargo, pude darme cuenta de que era más probable que la carpa estuviera más hacia la derecha y lo comenté, y así empezamos a abrirnos ahora hacia ese lado. Ya más abajo, volví a ser atacado por fuertes náuseas y vomité de nuevo. Y sentía frío, sentía hambre.
Llegamos a la carpa-refugio. La idea estaba clara: pasar la madrugada allí y, por la mañana, retornar a la zona de recojo de pasajeros. Estaba muy débil, no tenía fuerzas ni para comer. Quise probar chocolate, pero estaba muy duro, congelado. No quisimos desordenar mucho lo que había en la carpa, así que pusimos en el suelo una especie de plástico que estaba por ahí, alrededor de unas rocas, y cada quien se echó encima del mismo como fuese, bastante incómodo. Usamos esos mismos plásticos como abrigo. Adicionalmente, saqué mi manta de aluminio para cubrirme, aunque no sentí que me abrigó tanto. Quizá no supe cómo usarla. Mi cuerpo se enfriaba desde su interior.
Y temblaba. Temblaba de frío, nervios y náuseas. Se me había bajado la presión. Viví aquella madrugada como una odisea. Me despertaba continuamente con la necesidad de respirar profundamente, no podía dormir de corrido. Cada vez, la hora avanzaba, pero no se acercaba el amanecer, cuando saldría el sol nuevamente. Pero poco a poco nos fuimos acercando a ese momento. Es jodido cuando, estando despierto, intentas respirar hondo, pero, al quedarte dormido de nuevo, pierdes ese ritmo y respiras corto, por lo que tu organismo sufre al sentir que necesita más oxígeno.
En una de las «despertadas», noté que el ambiente se estaba aclarando, pero aún sentía mucho frío. Aún debía soportar un rato más. Pregunté a mi compañero sobre cuándo podía el sol empezar a calentar, y me dijo que en una hora más aproximadamente, lo cual sería después de las 6 a. m.
Finalmente, llegó el momento en que el sol estaba en el despejado cielo y todo estaba iluminado. No sabíamos nada de los demás. Quedarme en la carpa no me iba a permitir calentarme, así que salí y, poco a poco, mi cuerpo fue absorbiendo los rayos del sol y fui recuperándome totalmente. Tomamos un poco de mañana y luego preparamos las mochilas. Empezamos el retorno y lentamente caminamos.
En la zona de recojo, esperamos varias horas a los demás. Allí suele correr viento. En aquella ocasión, el clima variaba cada vez que las nubes cubrían y descubrían el sol. Cuando se daba el primer caso, el frío imperaba; cuando era el segundo, el calor, y te sofocabas si estabas muy abrigado.

Estuvimos esperando con ansias la llegada de la 4×4, dado que cada vez hacía más frío que calor y el carro, además de abrigar, era un buen lugar para echarse a dormir. Esperar su llegada implicaba una esperanza, la esperanza de finalmente retornar a la ciudad, pero lamentablemente no llegó a la hora pactada (11 a. m. o 12 m., según recuerdo). Mientras, estuve explorando la zona. Subí un poco el cerro de al lado, el que tiene infinitas piedras aplanadas en trozos. Tomé unas fotos, grabé un video.
Avanzaban los minutos y el sol se iba viendo vencido por las nubes. Estaba haciendo más frío por el viento. Finalmente, vimos la 4×4 acercarse a lo lejos. Cuando llegó y se estacionó, subimos y dormimos allí mientras seguíamos esperando, hasta que los demás fueron llegando, pero por el mismo camino de partida. No se había concretado la idea de la expedición. No se hizo Fátima ni El Ángel. Es más, según me contarían luego, después de muchas horas de caminata, solo una pequeña minoría llegó a la cumbre de Chachani. Las demás personas quedaron en el camino.

Esa expedición me dejó con una gran desazón. La verdad, fue un gran fracaso para mí, fracaso que, en lo posterior, me motivaría a recuperarme del mismo y en gran medida. Me dispuse a retornar y lograr muchas cumbres más. Chachani me golpearía fuerte esta vez, pero lo volvería a enfrentar en el futuro. Mi fracaso sería mi mayor motivación.
Partimos de retorno a Arequipa.

Nombres suprimidos por confidencialidad