Segundo día en Cusco. La van nos recogería temprano para llevarnos al primer destino: Písac. En realidad, cambiaríamos de transporte a un bus en algún punto. En el camino al pueblo, nos detuvimos en un punto en la carretera que funcionaba como una especie de mirador. Las vistas del amplio valle eran impresionantes.

Continuamos camino hasta llegar a un mercado en el pueblo donde estaríamos, quizás, unos 40 minutos. Cada quien estuvo observando los artículos en venta por senderitos repletos de tiendas ambulantes a los lados. Llegué a comprar una pintura que llamó mi atención, aunque la escogí luego de una ardua evaluación de opciones.

De retorno al bus, al otro lado de la pista crucé la mirada con Isabel, la costarricense, quien caminaba con su amiga Karen. Ellas estaban haciendo el mismo recorrido, pero iban en un vehículo distinto. Me sonrió en la forma de saludo, dado que ya habíamos interactuado ayer. Sin embargo, en la combinación entre la sorpresa de haberla encontrado de nuevo y el recuerdo de haberme negado la foto el día anterior, tardé en reaccionar y no devolví el saludo con algún gesto (aparte de que el momento fue bastante rápido). En fin.

Partimos hacia las ruinas. Las vistas desde allá arriba eran fenomenales. Había bastante gente en el lugar. En un momento se formó una buena cola en uno de los caminos más comunes, pero con mi hermano y mi papá logramos adelantarnos para tener nuestro propio espacio. Teníamos vía libre para recorrer por un periodo quizá de una hora.

Mientras mis familiares fueron a por un poco de agua en primer lugar, mi primer objetivo (quizás el único, dado el tiempo disponible) fue subir al cerro que veía más alto, y allí fui. Siempre me han parecido hermosos esos diseños antiguos arquitectónicos con piedras, especialmente si están entre los cerros y montañas. Se llegaba a una especie de balcón, donde llegaban todos los turistas, pero por un costado veía que se podía continuar por la arista del cerro hasta llegar al otro extremo, debajo del cual se encontraba otro de los puntos arqueológicos populares del lugar (no, no recuerdo el nombre). Quise seguir esa arista, pero un señor que estaba de guardia para que la gente no pasara me dijo que no podía seguir avanzando.

En un rato más llegaron mi papá y hermano, y ahí estuvimos un momento. Mi papá, con esa subida, se venía preparando para lo que vendría al día siguiente. A sus 70 años, si bien se le notaba un gran esfuerzo, se encontraba muy bien, su recuperación era rápida. Bajamos y retornamos puntualmente al bus, el cual nos llevaría a un pueblo intermedio a almorzar. Sin embargo, por la capacidad de los restaurantes, el grupo se dividiría. Donde llegamos, el local era grande y el almuerzo era un gran bufé. En un momento, desde nuestra mesa vi, alejada, la mesa de las costarricenses. Habíamos coincidido nuevamente.
El problema de los bufés es que no siempre sabes cómo combinar las comidas, porque supuestamente trata de eso: «engullir» la variedad. Y a veces, por tener esa variedad, terminas comiendo más de la cuenta, pero es cuestión de enfocarse y dejar prejuicios de cualquier tipo de lado. Terminamos de almorzar y salimos al vasto estacionamiento, donde estuvimos esperando por la partida a Ollantaytambo. Hacía bastante calor.

Una vez en Ollantaytambo, la ruta inicial era subir hasta la base superior de la primera sección del inmenso complejo arqueológico que se observa al entrar. No, no a través de esos tremendos escalones, sino de unos más pequeños (tamaño «humano») que se encuentran en los costados. Se hacían paradas en puntos específicos para que la guía nos explique un poco de la historia. Una vez arriba, teníamos tiempo libre para explorar, y eso hice. Me adelanté hacia más arriba mientras mi papá y mi hermano quedaron un tiempo más recorriendo esa base. En un momento, crucé una puerta de piedra hacia un sendero que bordeaba el cerro y donde ya no había más ruinas. Aparentemente, ese sendero conducía hacia otra zona de ruinas, pero eso quedará por averiguarse. Subí un poco por allí y luego retorné. Mis familiares habían llegado hasta la puerta.
En lugar de bajar por los mismos escalones, cruzamos hacia otra zona del cerro para ver otras construcciones antiguas. En un momento, mis familiares quedaron en el camino mientras yo seguí adelante. Su demora solía basarse en el deseo de mi hermano de tomarse 34689 fotos en el camino. Fue rápido. Hice algunas tomas y empecé a bajar. Debíamos llegar a la estación del tren a cierta hora. Mientras la mayoría iba en carro o mototaxi, nosotros fuimos caminando.

Llegamos. Hicimos nuestra cola. Subimos. El sol del día y las caminatas nos había dejado acalorados. Teníamos asientos ya reservados. Decidimos que mi hermano iría con mi papá y yo solo, sin embargo, no estaríamos en el mismo grupo de cuatro (dos al frente de dos, con una mesa en medio). Resulta que en mi grupo estarían las lindas chicas costarricenses y un señor que creo era venezolano. El resto de su familia estaba en otro grupo al costado. No estuve con ánimos de hablar esa tarde en ese viaje. En cambio, estuve avanzando una lectura muy interesante llamada Diásporas chinas a las Américas, quizás escribí algo en mi cuaderno de viaje y, finalmente, intenté dormir un poco. Por el lado de las chicas, se embarcaron en una muy amena conversación con el señor que tal vez era venezolano, en la cual la propuesta inicial provino de él, quien se sentía en confianza al haber captado su atención.

Arribamos a la estación en Aguas Calientes. No sabíamos si el grupo se iba a reunir en un punto para que nos llevaran al hotel contratado. Decidimos seguir camino y nos separamos, creyendo que cada quien estaba por su cuenta. En el esquema inicial, ese hotel se llamaba Las Rocas y hacia allí fuimos, preguntando preguntando. Llegamos y ni reserva había. Nos comunicamos desde allí con el representante de nuestra agencia con el apoyo del administrador del mostrador. Nos dijo que nos habían estado buscando. Esperamos a que un encargado llegara a Las Rocas para que nos condujera a Incanto, el hotel que finalmente se había reservado. Allí desembarcamos definitivamente.
—————
El ambiente en Aguas Calientes lo recuerdo. Se sentía cierta humedad. Las pequeñas calles estaban llenas de tienditas por ciertas zonas. La luz provenía principalmente de ellas, lo cual generaba un mosaico diferente, interesante. Había movimiento. En un momento estuvo lloviendo. Esa previa al momento principal, que vendría al día siguiente, incrementaba la mística. Almorzamos en un chifa barato. Luego, pasamos por una tienda para comprar unas provisiones. Retornamos y a dormir. El mañana sería el día esperado.
