- Pa’, estoy viajando a Cusco. ¿Quieres ir?
- Vamos.
Había comprado mis pasajes a Cusco dos días después de comprar para Arequipa. Mi idea era viajar después de Navidad y regresar antes de Año Nuevo, por lo que el periodo de viaje fue del 26 al 30 de diciembre (2015). Posteriormente compraría pasajes para Puno, cuyo viaje ya ha sido contado en este blog. Aprovechar las ofertas de Lan (ahora Latam) era un deber.
Me contacté con la agencia Cholo Viaje para comprar un itinerario de visitas (aunque la solicitud inicial de información la hice por toursacusco.com). Posteriormente, mi papá le pasaría la voz a mi hermano, así que seríamos tres.
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El avión partió a las 5:45 a.m., 1 hora y 20 de vuelo. Llegamos a la ciudad imperial y el clima estaba nublado y lluvioso. Hacía algo de frío. Gente a montones recorría de un lado para otro el aeropuerto. Afuera, los recolectores de pasajeros se apretujaban unos a otros. Mi hermano, que había viajado en un vuelo más temprano, ya se encontraba en el hotel, que era el Monarca (hostal, en realidad). Por nuestra parte, no ubicábamos al ejecutivo de ventas, nuestro contacto, con nuestros nombres. Finalmente lo vimos y partimos en una furgoneta hacia el hotel en un viaje de no más de 15 minutos.
Una vez allí, tomamos unas infusiones y luego fuimos a los sillones del segundo piso, donde nuestro contacto nos explicó el itinerario del viaje. Le preguntamos si podía conseguirnos entradas para subir la montaña Huayna Picchu, y nos dijo que lo intentaría. (Al final, ya estaban agotadas para el día seleccionado, pero pudo conseguir para la montaña Machu Picchu.) Nos despedimos. Tendríamos la mañana libre.
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A pesar del sueño, decidimos realizar una caminata tranquila por la plaza de armas. Llegamos por por la calle Santa Catalina Angosta. En una esquina, mi hermano compró unos tamalitos a una vendedora ambulante. Caminamos a la parte frontal de la Catedral, y allí estuvimos conversando y tomando fotos. La llovizna había parado, el clima presentaba un frío fresco. No había mucho movimiento a esa hora.
Antes de regresar al hotel, decidimos tomar un jugo en uno de los locales de la plaza. Estuvo buenísimo. A la salida, hice unas consultas sobre los recorridos de Ausangate y Salkantay en una agencia aledaña (mucho más barato que lo ofrecido en una agencia que estaba en el aeropuerto). Luego, retornamos al hotel a descansar/dormir un rato para recobrar energías antes de los recorridos de la tarde, no sin dejar de tomarnos foto con una llamita que estaba en el camino.


Particularmente, no dormí, pero sí estuve echado en mi cama descansando y pensando. En medio de esos pensamientos, tenía una persona en mente, una amiga cusqueña de la universidad. Quizás estaría en la ciudad y me habría encantado encontrarme con ella en algún momento de ese viaje que recién comenzaba. Le escribí y no tardó en contestar. Resulta que allí estaba y acordamos, como posibilidad, encontrarnos unos días después, el 29. No se despidió sin darme la bienvenida a su tierra. Ya hablaré de ese encuentro en una publicación posterior.
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Un rato más pasó y vi que era momento de ir a almorzar para no llegar tarde al primer recorrido, por lo que corté el sueño de mis acompañantes. Para no ir muy lejos, almorzamos en un pequeño y acogedor restaurante vegetariano llamado Mamma Mia, ubicado en la calle Recoleta Angosta, a unos cuantos pasos del hotel. Si bien la atención demoró un poco, la comida me pareció buenísima. Al menos, mi sopa a la criolla lo estuvo.
Retornamos al hotel a alistarnos. El viaje ahora sí empezaba.
