Con base en una referencia previa, republico la siguiente historia originalmente lanzada al público el 11 de marzo de 2016 en este blog, pero con alguna edición extra. He intentado mantener la esencia del momento en que la escribí, como si me encontrara en aquel tiempo. Esta es la primera parte.
En la mañana del 21 fuimos a desayunar a la estación. No había una mesa libre, así que la mesera nos ubicó en la misma donde estaba una extranjera que pareció no incomodarse. En realidad, su expresión era de tanta frialdad que quizá sí se incomodó. Al despejarse otra mesa, ella decidió cambiarse de sitio no sin antes decir que así tendríamos más espacio. Había pensado en que debimos haberlo hecho nosotros, pero el ya tener todo servido era un impedimento. Ella ya había terminado y solo necesitaba mover su libro.

Luego del desayuno, Liu se quedó en la estación a esperar por su partida a Copacabana. Nos despedimos y regresé caminando al hostal. Allí mismo le pedí al administrador que por favor llamara a un transporte que me retornara a Juliaca. Así lo hizo y me cobró 25 soles 1. La van llegaría como a las 10:30 a. m., así que tenía tiempo para dar un último paseo por Puno.
Caminé al puerto y estuve recorriendo el borde de la lagunita que está allí; al otro lado, el inmenso Titicaca. No había mucha gente, casi nadie, se sentía mucha paz. El sol estaba quemando, como es normal. Luego fui caminando por el jirón Titicaca hacia la Plaza de Armas. Allí estuve un rato, la actividad citadina estaba en todo su esplendor. Las calles son pequeñas cuando estás más adentro 2, se percibe desorden y amontonamiento. Entré a la linda Catedral, la cual es también bella en su interior. Cuando noté que ya era hora de regresar, lo hice por la avenida paralela, Del Puerto, que desemboca a una cuadra del pasaje abierto del jirón Titicaca que conduce al puerto. (Francamente, para usar “jirón” o “avenida”, me estoy guiando de Google Maps 3.)

Caminé al hostal. Me alisté. Bajé a esperar a que llegara la hora de partida. Cuando lo hizo, el propio administrador me llevó en auto a una agencia, donde esperé la llegada de la van, que estaba demorada. Al arribar, pusieron mi maleta atrás y subí a mi asiento. Había también otros viajeros. El viaje duró como una hora, igual que en la ida.
La conductora fue directamente al aeropuerto de Juliaca, que no era mi paradero final. No recuerdo bien esta parte, solo que alguien me indicó que podía salir y decirle a la misma conductora que me llevara a mi hospedaje. Seguramente pregunté algo relacionado con tomar transporte fuera del aeropuerto. Ella había salido, pero no se había retirado: se iba a estacionar afuera. Me acerqué y le pedí la carrera al hospedaje. Había reservado en San Martín Inn a través de despegar.com.
Lamentablemente, me resultó en una mala experiencia sin siquiera haberlo usado. Te digo por qué. En principio, mi conductora no sabía muy bien cómo llegar a la dirección, así que llamó a un contacto para pedir algunas indicaciones, las cuales no fueron suficientes. Puse el Google Maps en el celular y empecé a guiarla como pude. En el camino me sugirió visitar cierta feria en caso deseara salir. Cuando estábamos bastante cerca, no podíamos dar con el lugar. Se estacionó a un lado de la pista y ambos bajamos a buscarlo. De repente, según la dirección que aparecía en despegar.com, vi un edificio viejo de unos tres pisos, sin pintar, sin ninguna indicación de que era un hotel u hostal o de que había uno ahí, y el número estaba pintado en una zona de la pared sin hacer contraste suficiente. Había un portón de rejas negras cerrado y un timbre. Tocamos el timbre y la puerta varias veces. Nada.
La conductora me hizo el favor de llevarme a un hostal que ella conocía, más al centro de la ciudad y que estaba de retorno en el mismo jirón donde se encontraba el primer hospedaje visitado. Me dijo que era mejor que me llevara en carro ya que, si me veían caminando por Juliaca con mi maleta de viaje, me asaltaban en un dos por tres. Me comunicó algo de lo cual ya me había enterado: al ser la ciudad una zona netamente comercial, la delincuencia era alta 4.
El hostal donde llegué se llama Los Apus (de razón social Mayaki). Me cobraron 50 soles la noche. Lo primero que hice fue dejar mis cosas para ir a almorzar a un chifa sencillo que estaba a menos de una cuadra. Luego, me pasé al establecimiento de Plaza Vea que estaba volteando la cuadra para comprar provisiones para la tarde, la noche y el próximo desayuno. Regresé al hostal y, como no es usual en mí 5, encendí el televisor y estuve viendo películas hasta la noche. Entre las que recuerdo están Hitch e Infiltrados en clase.
Durante este periodo, no esperé para enviar a través de despegar.com mi reclamo y solicitar que no se me cobrara la penalidad por no haber avisado que no asistiría al primer hospedaje. Uno o más días después me llamarían de dicha empresa al celular desde Colombia para indicarme que no se me cobraría la penalidad. Como no pude contestar, me escribieron al correo. Excelente gestión 6.
Estando en Juliaca, recibí también una llamada: era Liu. Me dijo que no le habían dejado ingresar a Bolivia, así que había regresado a Puno y me preguntó si seguía en esa ciudad. Requería visa: el carné de extranjería no le había marcado diferencia. Yo ya había partido.

Notas
1 Es decir, el trato fue con él.
2 Quise decir, cuando te introduces más en la ciudad, alejándote del lago Titicaca.
3 No me he fijado si estos datos han cambiado. No solo el tipo de vía, sino también el nombre.
4 Las percepciones pueden variar de persona a persona. Conté esta parte de la conversación sin ánimo de hacer mala publicidad a la ciudad. Cada viajero, en cualquier lugar, deberá evaluar los riesgos por sí mismo.
5 Era mi percepción de aquel tiempo. Ahora, suelo ver películas en Netflix en mis viajes.
6 Hasta este punto, no sé si siguen existiendo los hospedajes que he mencionado en toda esta historia, y tampoco me he fijado.

