Con base en una referencia previa, republico la siguiente historia originalmente lanzada al público el 23 de febrero de 2016 en este blog, pero con alguna edición extra. He intentado mantener la esencia del momento en que la escribí, como si me encontrara en aquel tiempo. Esta es la segunda parte.
Liu y yo nos dimos cuenta de que no necesitábamos descansar, así que decidimos salir de una vez y subir el monte, antes que todos los demás. La señora Agustina (nombre que uso para esta historia) me prestó un chullo en caso hiciera frío.
Prácticamente, todo el camino está marcado, aunque en algunos lugares hay un mayor trabajo de identificación de ruta que en otros. Llegamos a un punto donde había una bifurcación: a la izquierda, Pachamama; a la derecha, Pachatata. (En una página asociada al Mincetur, del mismo tipo que la página a la que me referí en la parte 1, este monte se llama Coanos y su cumbre está a 4115 m s. n. m. 1) Decidimos ir primero hacia la derecha, dado que suele ser más atractivo terminar en el punto más alto 2, aunque solo sea por muy poco. Además, allí nos encontraríamos, más adelante, con todos los demás.

En una parte del camino se levantan muros de piedra hacia ambos lados y se llega a atravesar un arco de piedra. Arriba, se encuentra otras construcciones de piedra y, por supuesto, un excelente panorama de la isla. La sensación de estar ahí era muy buena. Viajar es una actividad que llena el espíritu de muchas formas, y la experiencia obtenida a través de tan solo observar la inmensidad del mundo en estos lugares tan alejados de cualquier ciudad capitalina es invaluable; promueve harta reflexión dentro de uno mismo.
Supongo que hay personas a las que esa sensación no les llega y solo andan pensando en la siguiente oportunidad en que irán a beber hasta “morir” en alguna discoteca o bar. No tiene ello nada de épico ni trascendental, en realidad. Sin embargo, es tú y el mundo, cómo lo vives, cómo lo enfrentas, lo que te define. Cada uno hace lo que puede cada vez. Siempre diré que cada día cuenta. Es más, cada minuto 3.
Bajamos de Pachatata y volvimos a subir, esta vez, hacia Pachamama. Al llegar, estuvimos explorando el lugar. En un momento, construimos nuestra propia apacheta sobre una roca grande. Había diversas apachetas por el lugar, unas más grandes que otras. Luego de las respectivas fotos, fuimos a buscar otros bordes y descubrimos un peñasco a mediana distancia excelente para nuevas fotos, esta vez de lejos.

Retornamos al punto más alto y vimos que los demás habían llegado o recién lo hacían. Estuvimos allí un rato descansando, apreciando los alrededores. Las personas, dispuestas en grupos según sus amistades y conocidos, tomaban fotos y conversaban. Por el camino, encontrabas adolescentes o señoras que vendían trabajos hechos a mano. Una señora, además, vendía cerveza y entre Liu y yo compramos una. Llegaron las chilenas y estuvieron también explorando. Mi amigo les ofreció tomarles fotos con el paisaje que estaba detrás de nuestra apacheta.
Por iniciativa mía, empezamos a bajar cuando las chilenas ya habían emprendido la vuelta. Las alcanzamos y formamos un grupo de cinco en la bajada, durante la cual nos sumergimos en una muy amena conversación. En primer lugar, nos presentamos. Camila, Camila y a quien llamaré Bianca 4, las tres, estudiantes, si mal no recuerdo, de Agronomía o una carrera relacionada de la misma universidad.
—¿Y cómo se distinguen?
—Camila 1 y Camila 2.
—Ah ya.
—¿Y cuáles son sus nombres?
—Liu 5 y Janis.
—Ya. Entonces serán Pedro y José.
O algo así. Fue una larga conversa sobre diversos asuntos: viajes de aventura, lisuras en otros países hispanohablantes o idiomas (Liu no quiso dar ejemplos en chino, ya le preguntaré por qué 6), montañas, Chile, Perú, estudios, etc. Las chicas, completa y absolutamente agradables y geniales, nos animaron a visitar su país, objetivo que espero alcanzar pronto 7.
La ruta nos llevó a pasar primero por el sendero hacia nuestro alojamiento, así que nos despedimos en el intercambio. Sabíamos que la comunidad realizaría una fiesta más de noche en el Salón Comunal, y quedamos en vernos allí, pero nunca llegaron. Al menos, esta vez sí se pudo formar alguna amistad, aunque quedó breve.
Tocaba dormir un rato hasta la cena.

Ya la temperatura había bajado y tenía la ropa algo húmeda y fría. Subí a mi cama y me tapé con las frazadas. Sentía sueño, algo de agotamiento y hambre. Mientras descansábamos, estuve conversando con Liu sobre diversos temas, uno de los cuales fue el de experiencias de relaciones de pareja. Bianca había llamado bastante mi atención, pero, realmente, ¿cuál era la “probabilidad de”? ¿Entiendes? Después de todo lo vivido y visto hasta este punto en mi vida 8, las posibilidades de que exista algo real con alguien con quien no compartes un mismo contexto son ínfimas. Ese contexto puede ser la universidad, el trabajo, el barrio o la ciudad en sí, alguna actividad conjunta, etc. No hay forma de que verdaderamente funcione si cada quien vive en un mundo distinto (lo que incluye países diferentes, por supuesto). Y es que no sientes la presencia de esa persona en tu vida, pasa como un fantasma. El sentimiento no se desarrolla ni, lamentablemente, suele mantenerse. Y, si no desaparece, se transforma. Como me dijo una vez una mujer con quien trabajé y formé una buena amistad después de todo un periodo de turbulencia, “el sentimiento termina yéndose a otro lado de tu corazón” 9. Y bueno, si siquiera consideraba como hipótesis la “probabilidad de”, la verdad es que Lima y Santiago son dos barrios muy distantes.

Estaba medio dormido cuando la señora Agustina llamó a cenar. Fui el último en bajar, mi cuerpo estaba débil. Poco a poco, fui recuperando vida. Creo recordar que la cena inició también con una sopa. El segundo fue un plato donde el elemento predominante fue el fideo, tipo canuto. Finalmente, mate de coca y obleas con mermelada. Comido, de vuelta al cuarto.
La noche caía otra vez sobre mis ojos, aunque era relativamente temprano. No daba ganas de levantarse más, pero aún quedaba la actividad adicional: la fiesta comunal. Para ir, los hombres debían colocarse poncho y, las mujeres, chompa y pollera; todas, prendas de estilo andino. La señora nos pasó la voz para levantarnos una vez más y ella misma nos las prestó.
Estaba lloviendo afuera de manera estable, pero suave. En la oscuridad de la noche, bajamos al Salón Comunal, que estaba como un horno total. Y más aún luego de haber, nuestros cuerpos, absorbido el sol todo el día.
Lleno ya de gente en los alrededores, donde estaban las bancas, no había dónde sentarse ni estarse parado sin quedar a la vista de todos. Había una banda de música de dos o tres personas que tocaba una melodía tranquila. En un momento, cambiaron a una más “movida” y hubo una motivación colectiva de levantarse a bailar.
La señora Agustina también estaba presente. En principio, nos invitó (en realidad, nos jaló) a hacer una ronda de tres en el baile. Sin embargo, fue transformándose luego en una ronda totalizadora, abarcando a todos los presentes. Así, estuvimos dando un “paseo” por todo el local hasta que la canción acabó.
Mientras duraba la ronda, la veía a ella casi solo caminar con sus ojos en el vacío, como si la música no estuviera pasando por sus oídos, como si la existencia en ese momento no tuviera ningún sabor, como si después de que nosotros, sus “protegidos”, hubiéramos entrado a la ronda, no habría otro objetivo que cumplir y la vida estaría hecha.
Después, ya no había mucho más por hacer y hacía mucho calor (la idea era no sacarse los ponchos). Estuve un rato hablando afuera del local con Liu, donde el ambiente estaba fresco. Decidimos regresar, no sin antes avisar a nuestra anfitriona que nos regresábamos. Ella decidió acompañarnos para evitar que cayéramos en camino errado. Los cusqueños no bajaron a la fiesta por quedarse a dormir y no sé si la dueña de casa regresó después al Salón. Solo sé que nada más quedaba acostarse y esperar por el siguiente trayecto: Taquile.

Notas
1 Igualmente, eliminé el enlace, el cual estaba caído, pero lo habría hecho de todas maneras.
2 Claro que es una perspectiva debatible. En realidad, depende del contexto. Sin embargo, eso fue lo que había percibido aquella vez y lo que, posteriormente, escribí.
3 Bueno, esa última frase ya suena a exageración.
4 En la versión original de esta historia había utilizado nombres de reemplazo para las tres, y guardé en apuntes sus nombres reales. Lamentablemente, con el pasar de los años, perdí los apuntes, pero creo recordar que, a quienes en el original llamé Melissa, el nombre de ambas era Camila. En el caso de la tercera, ya no me es posible recordarlo, y me lamento mucho por ello.
5 “Liu” es, en realidad, su apellido. En esa conversación, les dimos su nombre de pila, que es poco o nada común para Perú.
6 Nunca llegué a hacerlo y no sé si alguna vez habrá oportunidad.
7 Tantos años después, lo hice por fin en noviembre de 2024, una experiencia inolvidable.
8 Mantuve el tiempo presente de la versión original para no alterar el sentir del momento del escrito.
9 Fue una jefa que tuve en una empresa por un periodo corto. Decir “buena amistad” fue, quizás, demasiado, pero sí terminamos llevándonos bien.



