Traslados demorados, pensamientos latentes

Con base en una referencia previa, republico la siguiente historia originalmente lanzada al público el 6 de febrero de 2016 en este blog, pero con alguna edición extra. He intentado mantener la esencia del momento en que la escribí, como si me encontrara en aquel tiempo. Al final del texto se encuentran las notas añadidas.

Quien escribe soy yo, Janis, desde mi trabajo, esperando el 18 de diciembre de 2015, estresado. Las cosas no andan bien por aquí.

Me ubico ahora adelante en el tiempo y digo que, ya el 17 de aquel mes, un jueves, había sido uno de los mejores días de mi año —y mira que ya lo estábamos terminando—, aunque lo menciono solo para que estés al tanto del ánimo en que me encontraba. Además, no solo el esperado 18 estaba por dar inicio, para mí, una serie de viajes por el Perú, sino que, por otro lado, era el día más importante de una temporada de actividad específica —que no detallaré aquí— para una persona a quien guardo gran cariño 1. Lamentablemente, no me iba a ser posible alentarla y aplaudirla ese día porque tenía que partir.

Fecha: 19 de julio de 2015. En la provincia de Arequipa.

En julio de ese mismo año había viajado a Arequipa para realizar, con un grupo organizado desde Lima, un ascenso “al paso” a la cumbre del volcán Chachani. Al descenso, además, se esperaba visitar otras dos cumbres que podían alcanzarse por el camino antiguo. Lo interesante es que todo iba a ser de corrido: desde la noche del primer día hasta la mañana siguiente. Tristemente, no estuve suficientemente preparado y fallé en la montaña.

No conozco con certeza cómo le fue al resto del grupo, pero sí sé que a unos mejor que a otros. Tampoco es que sea información que necesite saber. Quedé con el orgullo afectado y me prometí regresar. No era la primera vez que visitaba Chachani, por cierto. El año anterior, ya había alcanzado su cumbre en una experiencia inolvidable, y de una de las fotos de ese viaje es que creé el primer logo de este blog 2.

Esta, del 23 de noviembre de 2014. Claramente editada. Vista en la realidad es inmensamente mejor, obviamente.

A raíz de unas ofertas en LAN 3, decidí no aplazar más la compra de mis nuevos pasajes hacia Arequipa, y lo hice el 8 de setiembre. El pensamiento de las vacaciones que se avecinaban llevó mi mente también hacia Cusco, y sentí que podía ser una buena oportunidad de, finalmente, conocer la ciudad y toda su mística. No obstante, de mayor correlación con esta historia, la que escribo, es que, más adelante, uno de mis amigos más cercanos, Liu, me animó a hacer un salto a Puno. Y listo, vamos. Por mi parte, sería del 18 al 22 de diciembre, tras lo cual retornaría para pasar Navidad en familia.

Para llegar a la provincia de Puno, hay que aterrizar en Juliaca, por lo que debía ver la manera de transportarme a mi bajada del avión. Por tanto, la misma tarde del 18, antes de viajar, hice mi reserva a través de la página de una agencia llamada Inca Lake. El precio que pagué fue 10.50 dólares, conformados por el costo de transporte (provisto por la agencia America Tours), la comisión de Inca Lake y la comisión de Visa.

En Lima, el vuelo estuvo demorado. LAN quiso compensarnos dándonos Wifi gratis 4. Debí comunicar la demora que iba a tener a Inca Lake, cuyo servicio incluía la espera con mi nombre en un cartel. Cuando estuvo todo resuelto, realizamos el abordaje, y el vuelvo arrancó poco después de las 7:00 p. m. (inicialmente programado para las 6:35 p. m.).


Juliaca está a 3824 m s. n. m. Me habían comentado que, cuando uno llega a dicha provincia y baja del avión, siente el choque de la altura. No me sucedió, lo cual atribuyo a mi regular actividad de caminata de montaña. Lo que sí me sucedió fue que, poco a poco, debido a la baja temperatura, mi cuerpo empezó a enfriarse rápidamente.

Recogí mi maleta y empecé a caminar hacia la salida. De repente, encontré a una señorita con mi nombre en un cartel (después, descubriría que se trataba de una representante de America Tours). La seguí hasta un punto fuera del aeropuerto y me pidió que hiciera fila para subir a una van que estaba casi llena.

En ese breve trayecto y durante la espera en fila —no tenía, en realidad, la forma de una—, recordé a la persona a quien me refería al inicio de este escrito. Tenía unas ganas increíbles de saber cómo le había ido. Vi el resultado por celular y mi emoción fue instantánea. Había triunfado.

Quería saber más, pero el momento no se prestaba para ello. En cambio, de repente, la van se llenó e inició su recorrido. Me había quedado afuera con otras personas, pero un señor llegó y nos indicó que vayamos a otro carro, un station wagon, ubicado en el estacionamiento del aeropuerto. El señor, que era el conductor, empezó a cargar las maletas y me dejó para el final. Resulta que no quedó espacio para la mía… ni para mí. Le reclamé, pero se hizo el desentendido.

Regresé al aeropuerto y me dirigí a la señorita que me había guiado previamente. Le comuniqué la situación y se hizo responsable por mí. Me puso en otro station, con otras personas, y, de esa manera, emprendimos el viaje de una hora a la provincia y ciudad de Puno. Fui atrás, pegado a la ventana derecha. Entendí que el viaje en station es bastante más caro que en van, pero no intentaron cobrarme más.

Fui el último en bajar. No obstante, cuando estábamos a dos cuadras del hostal, ubicado dentro de un pasaje, no sabíamos cómo encontrarlo: no nos alcanzaba la visión para identificar el pasaje, pero era cuestión de explorar un poquito. Quise enseñarle el mapa al conductor, pero fue infructuoso. Llamaron a otra movilidad, una van, que nos dio el alcance y me pidieron hacer transbordo, tan solo para localizar el pasaje en un minuto y avanzar esas dos cuadras. Por mi desconocimiento y falta de experiencia, no me había animado a ser autosuficiente en la resolución.

El hostal se llamaba Orillas del Titicaca y Liu ya se encontraba allí —se había trasladado desde Arequipa con anterioridad—. Es más, lo había elegido, y se ubicaba a dos cuadras del terminal terrestre y a tres del puerto principal. Me contó que ya había reservado el viaje por el lago Titicaca al día siguiente. Como buen maestro del regateo y el ahorro, el precio que consiguió fue muy cómodo. Nos vamos. Solo quedaba dormir y, naturalmente, esperar al nuevo día.

El pasaje, ya de día.

Notas

1 No puedo decir que es un sentimiento que haya cambiado mucho, aunque habita en el recuerdo.

2 Ya pasó el tiempo desde que uso un nuevo logo.

3 Sabemos que ahora es LATAM, ¿verdad?

4 En aquel tiempo, tal acción representaba un beneficio.

Lo que nos esperaba.

¿Todo bien?