El verso que me acompaña

despunta el alba
las gotas caen
conmigo adentro

Vania Accinelli
Lima puede ser muy bonita dependiendo del ángulo del que la mires.

Hay una fecha que fue muy importante para mí. Sábado 19 de febrero de 2022. Ese día, luego de tanto esperar, fui a Chorrillos a encontrarme con uno de mis mejores amigos, Ricardo, para hacer una caminata por lomas playeras. Fue mi retorno definitivo al mundo, a pesar de que aún usaba mascarilla para todo. Y es que el mundo para mí es naturaleza: respirarla, andarla en libertad, llegar a las montañas, ascender. Siempre, ascender.

Mi hermana en la conducción y mi padre de compañía, me llevaron en carro al punto. Estuvimos observando el mar, tomando algunas fotos, mientras esperaba a mi amigo, quien llegó poco después. Mi familia conforma un bloque, infranqueable, que resiste el paso del tiempo y la continua transformación de toda sociedad.


Cuando mi mente va hacia atrás, se posa sobre 2020 primero. Fue un año divisor de aguas. El confinamiento por la pandemia, más allá de las tragedias que arrastró por todo lugar, en un nivel más interno, más espiritual, más humano, literalmente, fue como volver al vientre materno.

El 2020 fue un año de transición, pero a la vez uno para repensar la vida hacia atrás, y uno para poner en perspectiva lo realmente importante hacia el futuro. En lo personal, he sabido consistentemente en el tiempo que, lo más importante en mi vida, siempre ha empezado en mi familia. En ese sentido, la llegada de la pandemia representó el inicio de un momento de vida en que estuvimos los cuatro, mi mamá sumada a quienes antes mencioné, de forma continua juntos en nuestro hogar nuclear, pero también mi hermano y su pareja en su propio hogar, quienes ya habían empezado a formar una nueva familia, y en continua comunicación con nosotros.

Nos tuvimos siempre el uno al otro en medio de las frustraciones por lo que podíamos y no podíamos hacer, lo que debíamos hacer y lo que no, y cuál manera de hacerlo. Encontramos formas de divertirnos y multiplicamos las formas de amarnos. Nos conocimos mucho más, y nos unimos mucho más. Fuimos entendiendo mejor nuestras diferencias de pensamiento y perdonándonos tras los desencuentros. Fuimos más y más familia.

El 2020 fue como el renacimiento absoluto al resto de la vida, en cuya ocasión, a diferencia de nuestro primer nacimiento, había ya un inmenso pasado por detrás, elemento fundamental de nuestra constitución. Y es que el pasado estará siempre presente, conformando a cada minuto quiénes somos como personas, pero aquello que nace, y que no solemos notar, es siempre una nueva mirada del mundo que nos rodea.

basta
el respiro hondo
para devolver mi ser
a la cuna infinita
de su mañana

V. A.
El resultado de una completa transformación de este espacio de nuestro hogar. Un hermoso proyecto familiar llevado a cabo el 2021 donde conformamos un magnífico equipo. El arbolito es inmenso ahora.

En el plano más individual, la montaña es lo más trascendente de mi vida personal. Desde hace más de una década, empezó a convertirse en un elemento vital que daría luz a una línea sólida, pero claramente invisible, que transitaría por el resto de mi vida. Al menos, no tengo que indagar mucho en mi conciencia para saber que dicho transitar es como una decisión predeterminada para mí.

Tomada por mi buen amigo Ricardo; «el buen Richi», como lo llamo. Aquel 9 de julio de 2017, aventurados al Pico Lorito, en Ticlio, tras el descenso de la cumbre, por mi imprudencia, me accidenté seriamente. Ricardo fue mi soporte crucial para terminar de descender la montaña.

Ciertamente, las he visto altas y bajas. Me he destruido, he sufrido, he llorado y he sido feliz. Carajo, qué feliz he sido.

La montaña es para siempre.

Pienso que cada persona encuentra la manera de darle sentido a su vida, uno que, a su vez, puede estar constituido por distintos frentes de acción y percepción. Sin embargo, no siempre los conocemos con claridad, sino que los descubrimos en la medida que seguimos creciendo y experimentando.

No hay forma de saber qué va a ser lo definitivo para nosotros cuando somos muy jóvenes, como recién salidos del colegio. A veces, ni siquiera después de terminada la universidad, si ha sido el camino seguido. La vida es un descubrimiento continuo, siempre, pero lo que más amas hacer llega con el tiempo. Y no solo hacer, sino también ser. Reflexionar sobre el ser no es una cuestión de egocentrismo, sino de dejar en claro que lo que uno hace termina conformando lo que uno es. Somos en la medida que hacemos. Y también somos en la medida que amamos, y ello va mucho más allá que el hacer.

No quisiera nunca retroceder en el tiempo. Con todas las luces y oscuridades transcurridas en nuestro haber, quien soy, cada minuto que pasa, es alguien que ha conocido y, ojalá, entendido un minuto más de vida en el mundo; y, en definitiva, no quiero perder ninguno de tales minutos ganados. Por supuesto, habrá errores que uno preferirá no haber cometido, u oportunidades que querrá haber aprovechado, pero seguimos siendo nosotros aquí y ahora. La manera como enfoco mi vida hacia adelante es lo que más valor tiene en mi visión.

mejor saber
que este pincel
es transitorio
y versátil
y que el secreto verdadero
nadie lo intuye
más que yo

V. A.

Aun así, sentí una naturalidad propia que, posiblemente, años atrás, no necesariamente hubiera sentido. Y eso también lo da el transcurrir del tiempo. Le pregunté si me había dejado escrito algún mensaje, pero no parecía haberlo considerado. Tampoco es que estuviera segura de cuál era mi nombre, ya que solo mostraba mis iniciales en el medio por donde conversamos. Recién, casi al final, llegué a colocarlo para que ella no sienta, antes de verme, que estaba hablando con un ser en blanco.

Accedió y me regaló unas palabras que me emocionaron tanto como la primera vez que hizo algo similar el 2016, cuando la esperé al finalizar una función de teatro.

La felicité por el poemario y por el inicio de su maternidad. Me dijo, sin palabras, que ya debía regresar a ver a su bebé.

Deja que retorne la memoria, por Vania Accinelli (Colmillo Blanco, 2023).

En esta plataforma de tierra, hielo y rocas, no solo observo una barrera infranqueable que se alza hacia lo inalcanzable frente a mí, pero muy clara a mis ojos, sino también un mundo de grietas, más grandes, más pequeñas, de mil formas, de forma ninguna.

Intento mentalizarme para ir tras ellas mientras me encuentro a la espera.

A la espera, y anonadado. Como si esas grietas, que guardan amplias y gélidas oscuridades, estuvieran esperando por mí. Como si me estuvieran llamando.

Creo que nos enfrentamos a todo tipo de monstruos mientras vivimos, y muchas veces, en situaciones así, la vida tiene su propia manera de mostrarte una representación de los mismos. En mi caso, fue la naturaleza. Ella me apuntaba, con toda su furia, y yo no podía mirar hacia otro lado.

Observaba, desde un punto cercano a mi carpa, lo que se avecinaba. Era de tarde y empezaba a bajar la temperatura, pero muy lentamente. Me quedé absorto ante tan espectaculares y tenebrosas formaciones.

me mece la arritmia
de un tambor secreto
y presiento el futuro
en la punta de la piel

V. A.
Hay tantos momentos asombrosos, en la vida, que nos llenan de lágrimas. La felicidad que suscitan es incomparable. Ese fue uno de ellos. Soy el segundo desde la izquierda. 25 de agosto de 2023, cumbre en el nevado Tocllaraju, en Huaraz. Nuestros guías, Octavio y Eloy, hermanos, nos llevaron por los mejores senderos, que también estuvieron llenos de retos. Y grietas.

Finalmente, estoy llegando. Sí, ahora estoy en la cumbre, y esas grietas no me llaman más. Ahora son parte de mi naturaleza.

¡Que despunte el alba!

Que despunte para ti también, Vania. Y que llene este mundo de color, que tanto lo necesita.

Es más, ya lo estoy viendo, ya lo estoy viendo.

¿Todo bien?