No creas que no estás en mi mente. No creas que me he olvidado de ti. Hasta ahorita, en el momento en que escribo estas palabras, espero por el instante en que pueda volver a abrazarte. Y quiero estar allá.
Toma un café conmigo, por favor. La tarde está acogedora, pero seguro más tarde correrá un poco de viento. Siéntate a mi lado y cuéntame cómo estuvo tu día, que quiero saberlo.
No creas que no me preocupo por ti, pero estoy sin armas en esta batalla contra la distancia. Parado, pienso en que tal vez ya no me observas en tu mente. Quizás la lejanía te puso en perspectiva y yo tan solo soy alguien que pasó. Eso es lo que sucede en estos días, ¿verdad? Ya no existe el estar juntos en una banca, respirando la tranquilidad de un verde parque, con el tiempo detenido para que podamos existir en este mundo. Ahora, lo único que existe es el movimiento, y en él nos desvanecemos. Ahora, estás lejos y mis palabras ya no alcanzan a rozar tu piel. Tan solo se pierden con el viento.
Quizás sea momento de cruzar la pista y voltear en la esquina. De lo contrario, podríamos ponernos en peligro. La avenida está muy grande y muy transitada; por siempre, transitada. A veces, es mejor quedarnos con el mejor recuerdo de nuestro encuentro, un encuentro que se traduce en mil pedacitos de tiempo. Allí vivimos, entre esos pedacitos, y allí es donde volvemos a crear un camino.
Tan solo espero volver a verte y sentarme a tomar ese café contigo. Quizá podamos intercambiar algunas palabras. Quizás, podamos despedirnos hasta la próxima ocasión con un beso en la mejilla. Quizás, podamos darnos cuenta de que nosotros mismos somos esa distancia. Pero todo estará bien.
Tan solo debemos mirarnos y, tal vez, ofrecernos una sonrisa de complicidad. Y luego, seguir caminando.
Janis
Un buhíto en la montaña 