Sábado 22 de noviembre, 2014. Mi equipo de montaña está en el suelo, es la primera vez que realizo un viaje así. En el tiempo, he ido mejorando progresivamente en el aspecto sobre qué llevar, sobre todo en cuanto a abrigo, alimentos y líquido. Cada montaña tiene sus propias características, de cualquier forma. En la medida que vas ganando experiencia, vas mejorando la base a partir de la cual ejecutas tu preparación.

Ese día me encontré con mis demás amistades. El punto de reunión no estaba muy lejos de mi hostal. Aproximadamente a las 11 a. m. ya me encontraba en una de las 4×4 que nos llevaría durante tres largas horas al punto donde se inicia la caminata hacia el campamento base. Allí andábamos, con entusiasmo esperando la partida. Éramos como 20, así que utilizamos tres 4×4.
Durante el camino, poco a poco vamos alejándonos de la ciudad y nos vamos sumergiendo entre cerros y montañas, subiendo por la carretera de trocha hasta perder de vista lo urbano. Y se continúa. El carro avanza lentamente, la ruta tiene incontables baches y gibas en la tierra. Cada viaje, de ida o de vuelta, genera un tremendo desgaste en cada 4×4, que cuenta con dos cajas de cambio, primera vez que veía ese tipo de mecanismo.
Por zonas, polvo por doquier. Inmersos en campos interminables, seguimos avanzando y todo lo que se ve es un espectáculo de naturaleza. Ya no es tan empinado el recorrido una vez que se deja de ver la ciudad, pero se sigue subiendo. En el asiento de adelante nos acompañaba también Fernando Caballero, que se había unido al grupo y de quien no había oído hablar antes, pero alguien con gran trayectoria en montaña. En su conversación con el conductor, le contaba un poco sobre su historia, cómo se había vuelto montañista, cómo fue en busca de su sueño desde que estaba en la universidad en Lima, juntándose con otros amigos que compartían la misma afición. Luego hizo diversos viajes y, según el recuerdo sus palabras, llegó a ser instructor de montaña y tuvo la oportunidad de visitar el Himalaya.


Llegamos al punto donde las 4×4 deben ya tomar el camino de vuelta. Allí bajamos y nos preparamos para partir. Por el viento frío que hacía, nos tuvimos que abrigar a pesar del gran sol en el cielo. Partimos. Es en realidad una caminata que no pasa de dos horas a paso tranquilo. Si se va a paso relativamente ligero, se hace en menos. No tengo el dato aproximado de cuál es la altura donde la 4×4 nos deja, pero está alrededor de 5000 m s. n. m. La zona de campamento está por encima de 5100 m s. n. m. Quizás más cerca de 5200, no lo sé.

Aún no había explorado en esa época las diversas formas de amarrar las cosas a una mochila de trek. Durante el camino, mi amigo Joe me ayudó, ya que estaba llevando en la mano mi bolsa de dormir. Le agradezco a mi mamá por haberme regalado varios de los implementos de montaña que aún no tenía para este tipo de viajes. Fuimos a Trocha, a un local que ya cerró, y aprovechamos los descuentos existentes en ese momento. A lo comprado aquella vez le he seguido dando un uso intensivo hasta hoy, y todo me funciona genial.

La ruta es más o menos así. Hay un sendero marcado al inicio que va en bajada, angosto. Hay que seguirlo, no tiene dificultad, pero luego inicia la zona rocosa, la cual hace el camino más interesante. Hay que ir pasando necesariamente entre grandes rocas hasta encontrar nuevamente el caminito. Esa zona rocosa hace subir y bajar por entre las rocas, pero el recorrido general ya empieza a hacerse de subida.

Al alcanzar y retomar nuevamente el sendero marcado, ya no hay más bajadas hasta llegar al campamento. En esta última sección del camino, en realidad, se observa diversos senderos que parecen ser el camino para seguir avanzando. Tan solo sigue el que te parezca más cómodo, pero evitando todo descenso ni subir mucho. Y avanza. En cualquier momento encontrarás un pequeño zigzag entre rocas pequeñas a tu izquierda y, al cruzarlo, llegarás a la zona de campamento. Sin embargo, aquella vez, con quienes caminaba no entramos por ese zigzag sino seguimos un poco más hasta recién voltear a la izquierda.

El camino te lleva a ver hermosos paisajes también. Uno de los más espectaculares es aquel en donde estas montañitas de colores (cuyos nombres siempre olvido) se muestran en todo su esplendor. Algún día las incluiré también en el itinerario. Asimismo, a lo largo del camino, ves por todos lados estas bombitas verdes que se forman en grupos y que, la primera vez que las vi, me retrotrajeron a las imágenes del juego Mario Bros 3, periodos de mi infancia. Se llaman yaretas (o llaretas), suelen formarse a estas alturas, son extremadamente duras y segregan una especie de líquido viscoso y ligeramente pegajoso que mancha la ropa. De cualquier forma, son geniales.

Llegamos al campamento. Debíamos escoger dónde colocarnos. Sabíamos que también venía un segundo grupo de Arequipa a subir la montaña, más numeroso que el nuestro, y supusimos dónde podrían colocarse; por ello, para tener mayor privacidad grupal, decidimos ir a otra zona del lugar a armar nuestras carpas (justamente, la zona a la que llegas cuando entras por el pequeño zigzag que mencioné antes).

Una de las mejores personas que he conocido y, principalmente, uno de mis mejores amigos, Benjamín, a quien conocí en una salida previa con la Red de Montañistas de Lima a la montaña San Andrés, ubicada en Ticlio (zona montañosa en el departamento de Lima), una vez en la zona de campamento, me dijo para compartir carpa y, al retorno, él la cargaría de vuelta al carro. Normal. Inicialmente, él iba a compartir con otro compañero, a quien le estaba ayudando a llevar la carpa, pero este había quedado muy atrás y Benja decidió tratar conmigo, ya que se había generado mayor confianza y, además, habíamos llegado en el mismo grupo a la zona de campamento.

Ese día era la primera vez que utilizaba mi carpa, a la cual tengo harto cariño, caso que no es el de mi bolsa de dormir por su insuficiente capacidad de compresión. Sin embargo, abriga muy bien si te encierras en ella (es para -12 °C), que es su función principal. Los demás iban llegando y armando sus carpas, entre quienes se encontraba mi buena amiga Patricia, alrededor de 60 años para ese entonces, y quien traía una mochila considerablemente pesada. Sin embargo, es una mujer muy fuerte y dueña de un arte que muchos quisieran tener en el mundo por las magníficas pinturas que realiza.

Era hora de descansar y, más tarde, cenar. En el intermedio, Yuri había ido a buscar yaretas para armar una fogata en medio de las carpas. Esta planta es, sinceramente, espectacular para dicho uso. No solo promueve un buen fuego, sino que este se torna inagotable. (Imagínate, con solo decir que el fuego encendido esa tarde se mantuvo intacto hasta la mañana siguiente.) Por mi parte, la temperatura en mi cuerpo había disminuido. Sentía frío y me animé a salir de la carpa para reunirme con la gente que lo había hecho también y se estaba reuniendo alrededor de la fogata. Benjamín también salió. Caía la noche, llegaba la oscuridad.

El detalle. Intenté calentar mis ravioles congelados en una ollita vieja y simple que había llevado, pero no daba resultado. Me propusieron echarles agua, y allí sí funcionó. Sin embargo, fue un desastre de experiencia, ya que esa comida se había puesto de un sabor no tan agradable, tal como anticipaba en una publicación anterior. No lo comí todo, boté una parte. Después, el olor en el táper y la ollita se volvieron insoportables, pero se sentía solo cuando acercabas los objetos a la nariz. Igual, no fueron una molestia por eso, sino por el espacio que ocupaban en la mochila.

Uno de los mejores recuerdos que tengo de montaña, y es una experiencia que realmente mejoró mi vida, fue el alto nivel de compañerismo que se generó alrededor de aquella fogata. Las personas iban y venían llevando lo que habían traído para comer, y se compartía. Todo se compartía sin ningún pero. Algunos prepararon chocolate, otros café y creo que otros té. Y se cortaron botellas para tener algo donde servir lo preparado. Fue un nivel de compañerismo muy grande. Incluso, de manera espontánea, decidimos presentarnos todos. Cada quien mencionaría su nombre y su motivación con la montaña por escalar. Y así fue, y nos aplaudíamos entre nosotros. Nunca había vivido algo así y aun ahora suelto alguna lágrima recordándolo en la medida que lo escribo. Esa llama ardía y lo sigue haciendo.

Una experiencia como esa fue determinante en mi estado de ánimo aquella vez. El mundo está lleno de personas increíbles, que hacen la diferencia. No es que no lo supiera, pero es diferente cuando vives el momento, es decir, cuando se convierte en una nueva realidad experimentada en tu vida, y especialmente en una época cuando, hablando a índole personal, había sentido tanta indiferencia de alguien a quien había querido tanto, como es el caso al que venía haciendo referencia en estas historias de Arequipa. El punto de inflexión empezaba a gestarse, pero aún era necesario coronarlo. Ya no hacía más frío.