Hamlet moderno, pero tan clásico como siempre: notas experienciales sobre el Centro de Lima. Parte 5

De manera similar a otra obra que vi anteriormente en el mismo teatro, Otelo, también de Shakespeare, en Hamlet, dirigida por Jean Pierre Gamarra, se quiso imbuirla de un aire moderno a través de la irrupción de música contemporánea para ciertas escenas, e incluso hacer a los actores y actrices cantar.

En opinión de mis oídos, la única persona que se destacó fue María Gracia Gamarra (quien interpretó a Horacio), la voz más angelical que escuché en mi vida, aunque por momentos su volumen estuvo muy bajo. Fernando Luque, una vez más como Hamlet, hizo una interpretación de “Creep” de Radiohead, pero se le vio extremadamente duro en su gesto postural y vocal. Y, la peor voz, la de Amaranta Kun (en el papel de Ofelia), cuyo intento de canto me resultó insoportable. Sonaba ronca, con la garganta algo afectada, lo cual influyó negativamente en su desempeño. No obstante, aprovechó la tragedia de su rol para disimular, entre sollozos, lo mal que estaba sonando. Debe haber otras maneras de hacer que la propuesta del canto funcione para estas obras. Sin duda, actuar y cantar son dos artes distintas.

No obstante, esto es lo único que criticaría. La verdad es que la obra se mostró en todo el esplendor y las luces de siglos de clásico. Luque terminó de adueñarse absolutamente del personaje que ejecuta la venganza más lograda de la historia de la literatura: aquella que, a pesar del inmenso dolor y frustración, tristeza y odio, se despliega sin caretas al escupir las palabras más hirientes a los seres que se ganaron su infinito desprecio, con plena razón, y quedar desnudo frente al mundo.

Es el mostrar sin tapujos la propia fachada y presentarse, de la manera más abierta, como todo lo que uno es, descubriéndose por completo y sin guardarse nada, para reclamar, con la más aguda convicción, por las mentiras o fechorías a todos sus interlocutores, incluyendo su madre, según el caso o tipo de participación antes, durante o después de la desgracia. Y, como consecuencia, quedar con el pecho y su persona entera absolutamente vulnerables, pero sabiendo, siempre sabiendo, que las palabras son la representación máxima de la vida.

Al final, todos mueren, o es un decir. Mueren quienes los acontecimientos, basados en la mente de Shakespeare y la fuente de sus inspiraciones, dictaron que debían morir, pero esto es solo un complemento. El más trágico, sí. Sin embargo, es la palabra la que domina, y Hamlet los hace pequeños a todos sin engrandecerse a sí mismo. Es decir, siendo él miserable, hace a los demás más miserables aún. Él no se eleva, sino que pone a los demás en un lugar más bajo de donde él estaba.

No cabía estar más alto en esa sociedad, en ese mundo lleno de perfidia. Ese inmenso basural que era el espejo del espíritu de cada miembro de la familia, por la razón que haya correspondido. Y era, a su vez, la inmensa carga que cada uno llevaba en el pecho, con la gran diferencia de que solo Hamlet, por su honor, no podía soportarla, y tuvo que hacerla sentir, darle vida propia. Fernando Luque nos mostró cómo Hamlet lo hizo, desde la pluma de Shakespeare hasta el infinito.

Un Teatro Municipal lleno que aplaudió de pie por largo rato. Un maravilloso recuerdo de esta pasión que me acompaña, una vez más, inculcada en su origen por mi madre: el teatro.

Ya no morimos en la ciudad de esa manera, como en Hamlet. Ahora nuestra muerte es expresada en cómo damos muerte a la ciudad donde vivimos con nuestros actos, siendo uno de los mayores ejemplos el Centro de Lima, y con mayor intensidad, al menos, Barrios Altos, como lo he experimentado con mis propios ojos y andares por años.  

Será que la gente se libera de la idea de su propia muerte regando inmundicia por doquier, como si así se estuviese librando cada día de ella. Pero, claramente, eso no es posible. Tan solo espero que haya más por ver de la gente antes de mi propia muerte. Ya que no quisiera morir sin sentir que alguna versión del sueño de Hamlet ha podido tener un futuro en Lima, en el Centro de Lima, en esos lugares donde los ojos de los turistas no llegan, pero sí los de muchos otros.

Y que se haya podido vivir, alguna vez, con respeto, honestidad e integridad.

Portada de un artículo en línea de la revista Caretas.

¿Todo bien?