Semáforos de juguete

Los megaproyectos para favorecer el transporte en el país siguen adelante. En los próximos diez años, ya se habrá ganado avances inmensos en la manera cómo funciona este sector en el Perú, el que más presupuesto recibe —y de lejos— cada año.

No obstante, a pesar de la alegría que eso me causa, una alegría sentida, hay un sinfín de aspectos que aún no serán tocados, y me refiero al nivel micro, el que afecta en el día a día de los ciudadanos. En especial, el transporte de pasajeros por la ciudad, ya sea en auto privado, moto, moto taxi, taxi, taxi colectivo, microbús y bus.

Históricamente, ha habido un problema de falta de control en el respeto a las señales de tránsito. Me referiré, específicamente, a los semáforos. En sí, no es “la falta”, sino la insuficiente capacidad de control la que genera su falta en una cantidad enorme de puntos en la ciudad. Tanto, que, andar por las calles y avenidas de Lima Metropolitana, y sobre todo por estas últimas, se sienta tierra de nadie.

Debo admitir que no he leído el reglamento de tránsito a cabalidad, y es que, si bien tengo la certeza de que el semáforo es de acatamiento obligatorio para todo vehículo (a menos que un policía establezca un orden distinto), no sé hasta qué punto esa obligatoriedad se aplica a los peatones. Entonces, reconozco mi posible falta al cruzar vías, como peatón, sin siempre respetar las luces, lo cual suelo realizar cuando no hay carros a la vista o cercanos.

Pero, tampoco es que siempre existan luces. Y a la vez, paradójicamente, sería también absurdo que haya semáforos en todas las esquinas —aunque quizás debería ser así en las avenidas—, por lo que el criterio lógico y básico sería cruzar cuidando de uno mismo y de manera prudente, sin causar peligro (sí, el peatón, con su actitud, puede causar peligro y contribuir al caos).

A nivel puramente de vehículos, la sensación de impunidad está generalizada en unos distritos más que en otros. Si bien el respeto a las señales siempre ha sido parcial en Lima Metropolitana por parte de los vehículos en los distritos donde he solido transitar, en el Cercado de Lima, con mención especial para la zona de Barrios Altos (altos en olvido…), he notado que el problema es generalizado y está desbordado. Lo que había entendido como habitual durante toda mi vida —y, quizás, por la costumbre, hasta naturalizado como inofensivo—, se queda corto con el nivel que adopta donde he mencionado.  

No es que se vea a todos los vehículos hacerlo, pero, al transitar todos los días de ida y de vuelta por allí (que es muy distinto de ir solo un par de veces a turistear, cuando quizás esas infracciones pasen desapercibidas), uno ve infracciones e imprudencias con tanta frecuencia que hacen sentir el caos y la impunidad corroyendo la propia sangre y sin ver escapatoria. Es más, hay ciertos cruces de avenidas —por ejemplo, Grau con Nicolás de Piérola— donde, quienes van por esta última, al llegar al límite, independientemente de tener el rojo al frente, pujan por seguir avanzando. Al hacerlo, afectan, por supuesto, a los que van por Grau, quienes deben ir a la defensiva (u ofensiva), tratando de evitar la colisión o ganar el espacio. La inversa también ocurre, aunque posiblemente con menos frecuencia. Al final, de ambos lados se estorban hasta morir por su propia actitud en las peores horas y las no tan peores.

Este tipo de conflicto es muy común, y va de la mano con el pasarse el rojo sin ningún tipo de escrúpulo si no hay peatones cruzando, ya sea siguiendo de largo —como si el semáforo no estuviese allí o el rojo fuese el nuevo verde— o arrancando de nuevo si se habían detenido —es decir, sin que haya cambiado la luz—.

Y no pasa nada. Jamás.

Hipotéticamente, todos los conductores podrían hacerlo y nadie se vería perjudicado. Felizmente, la educación acarrea consigo no solo aspectos de conocimiento y respeto, sino también restricciones de índole emocional, de escrúpulos, por lo que hay quienes no lo hacen.

Yendo más allá, para algunos (al menos, para mí), al manejar, no es siquiera parte del propio ser el deseo de traspasar un rojo cuando esta luz está encendida, por lo que, como consecuencia, tampoco forma parte del ser la necesidad de hacer algún esfuerzo por aplicar una restricción personal. Sí existe, en cambio, el deseo de respetar, naturalmente y con tranquilidad, las señales, aunque otros alteren los nervios con su innecesaria bocina y faltas de respeto.

Por supuesto, no puedo dejar de mencionar las excepciones, tan propias de una ciudad tan desordenada como Lima Metropolitana. Sin incluir a los semáforos averiados —no serían una excepción, sino el equivalente a una ausencia de semáforo—, están, por un lado, los que generan confusión al haberse “cruzado”. Es decir, se comportan de una manera no esperada o poco coherente, a tal punto que es muy claro notar el caos que están generando. Por otro lado, están los que tienen una programación aparentemente errónea o que intentan cubrir más de un cruce a la vez cuando no es aplicable.

Conozco un caso donde esta última situación existe y se ha generalizado a tal punto que hasta la propia Policía la toma como natural y permite el paso sin problemas cuando está presente, o pasa ella misma si está andando en vehículo. Se trata de pasarse un rojo, que bien podría ser verde, por un periodo de 60 segundos que se suman al verde que le sigue, ya que dicho rojo es más aplicable al cruce de atrás (el primero, donde no causaría confusión) y no al de adelante (el segundo, donde estaría la confusión).

En este segundo cruce no se interfiere ni con otros vehículos ni con los peatones (es decir, los que van a cruzar en perpendicular), ya que ellos también, en su dirección, se encuentran en rojo. Podría pensarse, sin embargo, que el rojo “confuso” es para que los peatones que van también en dicha dirección puedan cruzar la avenida sin ser afectados por los vehículos que voltearían por ese lado en vez de seguir de frente. Aun así, no es intuitivo, ya que Lima Metropolitana (y el Perú en general) carece en gran medida de este tipo de organización cortés de los semáforos. (Generalmente, lo que se encuentra en esta ciudad es que un verde es a la vez para el auto y para el peatón y, si el auto va a voltear en 90 grados por el paso donde está cruzando o va a cruzar el peatón, éste debe detenerse e incluso salvar su vida, porque el auto lo avasalla. Y no es solo un tema del arreglo de las luces: no es parte de la cultura limeña promedio el dar prioridad al peatón cuando está habilitado para cruzar.)

Además, se suman dos motivos adicionales: uno, que el supuesto momento de cruce para los peatones tiene un semáforo averiado, por lo que nadie puede saber si es verde o no para ellos (aunque, si no lo fuera, en realidad jamás lo sería); dos, que son 60 segundos de rojo “confuso” —es decir, verde—, una cantidad que, en esa zona, se percibe muy grande para el cruce de peatones en comparación con otros cruces similares aledaños.

Para finalizar, lamentablemente, muchos no entienden que la ciudad es de todos y no están en su parque privado para hacer lo que les dé la gana. Lo único que generan es caos. Contribuyen al desorden haciendo que el espacio público, el más grande de los espacios, sea menos vivible. Y eso que solo he hablado del asunto de los semáforos: los conductores de Lima Metropolitana están llenos de otras falencias de las que podría elegir cualquiera fácilmente para comentar en otras entradas.

Nota. Para la imagen de portada, Copilot.

¿Todo bien?