Como si Hamlet pudiera estar muerto

En marzo de 2024, fui por primera vez a la Casa Yuyachkani para ver la obra Watanabe: todo el vasto fondo marino, producida por Plano Sutil. Por largo tiempo había visto la publicidad, pero no terminaba de convencerme. El título no me sonaba a nada. Cuando se estrenó una breve segunda temporada, finalmente, decidí ir a verla. No voy a ocultar que dicha decisión fue inspirada por una persona de quien he escrito más de una vez en este blog. Ella también promovía la obra, así que mi afecto hacia ella me llevó a dar el paso definitivo. Y fue una muy buena decisión.

Lo digo a pesar de que no pude estar todo el tiempo con los ojos abiertos: era un día en que me ganaba el cansancio mental, así que, espontáneamente, quedé dormido durante un breve tramo, y desperté cuando la obra ya se encontraba acabando. Una obra que, en definitiva, requiere mucho de tu mejor atención, ya que el desarrollo de las escenas posee una determinada complejidad, tanto en lo actuado como lo dialogado. Una fabulosa historia de vida basada en José Watanabe, poeta peruano ya fallecido cuya existencia pude conocer gracias a la obra, y ambientada con una capa musical que marca mucho la energía de los acontecimientos, que desembocan en un final apoteósico.

Habría gustado verla de nuevo, esta vez absolutamente despierto, pero cuando necesité entrada para la fecha en que podía hacerlo, ya estaban agotadas. Meses después, me enteré de que Plano Sutil estaba lanzando una nueva obra, Hamlet está muerto, esta vez, en el auditorio del Británico de Miraflores. Había decidido asistir antes de que el equipo de la productora me escribiera para invitarme (es decir, que vaya) a verla.

No recuerdo cuándo haya sido que leí la obra de Shakespeare. Sin embargo, en el teatro del Británico, el 2016, sí vi la puesta en escena de Hamlet, como conté aquí. En esta nueva oportunidad, en cambio, la obra que vi en setiembre fue una versión libre que mantenía —eso creo— los elementos esenciales. Aun así, mi perspectiva mental adolece de mayor especificidad como para estar seguro, pero no podría esperarse que no fuera así.

Igual, ese tipo de tragedia, terrible y sangrienta, es muy shakesperiana. Quien definitivamente debe haber sabido el grado de cercanía que había con la historia original, a detalle, fue el espectador que, cuando supo exactamente cuándo se iba mencionar una determinada línea, o habiéndola identificado inmediatamente ni bien empezó a pronunciarse, la repitió en voz alta con el actor, malogrando así la experiencia de la audiencia. Bueno, al menos, la mía. Ser “hincha” no tiene por qué llevar a tal disfuerzo.

Hamlet padre y Hamlet hijo mueren, aunque, en medio de la batalla —matanza— final, no me quedó claro en qué momento este último fue herido de muerte. La historia se desarrolla en plena intemperie, donde un reino se ha asentado en la misma naturaleza, un bosque que es su hogar. El vestuario es muy bueno. Sin embargo, a mi mente le costó asociar el tipo de estructura societal y estilo de diálogo con este tipo de entorno. Hablar de reyes y jerarquías monárquicas es algo que asocio más con castillos o palacios construidos con material noble, no con tierra y árboles, por más maravillosos que puedan ser los posibles paisajes asociados que dichos elementos despiertan en la imaginación. Sentí, en otras palabras, cierta disyuntiva para conectarme completamente con el devenir de los acontecimientos.

Por otro lado, me gustó mucho la creatividad con que se trabajó la presencia en escena. No había un “detrás del telón”: todos los actores y actrices estaban siempre presentes, observando, y sin dejar de caracterizar. No obstante, solo quienes pertenecían al diálogo de turno quedaban o entraban al espacio frente a un árbol carente de hojas —como presagiando el fin de un reinado—, mientras el resto se mantenía detrás, entre las sombras, a la vista del público, en medio de sus propias cavilaciones. Y es que las paredes cercaban los tres lados del auditorio, y no iba a funcionar que los actores y actrices estén saliendo por completo de la plataforma por los lados.

No hay manera de que un clásico tan grande desaparezca. Poco tiempo después, fui a ver un nuevo trabajo de Hamlet, esta vez en el Teatro Municipal de Lima, pero será materia de otra ocasión en el blog.

Un dato extra es que, en Hamlet está muerto, el director de la obra, el mismo de Watanabe, K’intu Galiano, también fue parte del elenco. Asimismo, Renato Rueda, un verdadero camaleón, interpretó al principal.

Que siga habiendo teatro del bueno en Lima, y que Plano Sutil no deje de lanzar tan interesantes propuestas.

Captura de pantalla de la portada usada por Joinnus para la obra. Renato Rueda como Hamlet en escena.

Notas. Para lectores no peruanos, el Británico es el nombre social de la Asociación Cultural Peruano Británica, con locales de enseñanza de inglés por todo el Perú. Miraflores es un distrito de la capital.

Las imágenes compartidas (sin incluir el afiche, obviamente) las obtuve usando Copilot.

¿Todo bien?