Una de las impresionantes —y risibles— falencias culturales del centro donde desarrollo mis labores es la especie de “adoración” irrestricta, naturalizada, de los trabajadores no médicos hacia quienes lo son. Es claro que estoy exagerando, pero algo de eso hay en determinadas áreas.
Cuando escribí el borrador de estas líneas, tenía frescas varias experiencias que podía contar, pero me centraré en una ahora, que calificaría de definitoria.
En años previos, en mi oficina había un médico en jefe y una médica, quien estaba trabajando a mi lado, entre otro personal. En las reuniones generales, se suele llevar un acta que, al final, firmamos los participantes. El acta se genera y gestiona de manera artesanal: se cuenta con un cuaderno grande de pasta dura donde una persona encargada apunta los aspectos esenciales de lo conversado y luego debemos firmar en la hoja correspondiente.
Algunas veces, no se firma inmediatamente, ya que nos dispersamos rápidamente al terminar, o porque tal vez falte agregar algún detalle que se hace tras la reunión. En la época de la experiencia contada, el personal de la oficina se distribuía en dos espacios separados por una pared alta y una abertura bloqueada a la mitad. En uno de dichos espacios, además de una persona adicional, nos encontrábamos mi compañera médica y yo.
Resulta que, en una ocasión, la persona encargada del cuaderno de actas se acercó a nuestro espacio. La puerta por donde ingresó la conectaba conmigo tan solo al pasar. Naturalmente, por pura espontaneidad, al encontrarme primero, puso el cuaderno de actas en mi mesa y me pidió mi firma, pero luego se dio cuenta de que había cometido un “craso error”. Cuando me disponía a proveer lo solicitado, ella retiraba el cuaderno de mi mesa mientras decía: “Ah no, primero la doctora”, y llevó el cuaderno a su ubicación Después, recién me trajo el cuaderno de vuelta para firmar. Mi compañera médica no notó el suceso, ya que había estado prestando atención a una tarea propia.
Estoy seguro de que este hecho, para muchos, carecería de importancia. Para otros, más que seguro, sería “lo correcto”. Para mí, tan solo me recordó una vez más que los no médicos en la institución éramos dignos de un menor respeto o consideración. El contexto que pinté al inicio hace que comportamientos del tipo sean posibles.
A la vez, contribuyó al recuerdo de la existencia de una cultura omnipresente que, si tuviera vida propia, su objetivo sería hacer sentir a los demás, los no médicos, que valen menos como personas, por lo que deberían someterse. Como esto no se consigue conmigo, no me sorprendió ni me sorprenderá que, en el tiempo, siga habiendo momentos de cierta antipatía con algunas personas por mis posturas y palabras.
Es parte de seguir creciendo profesionalmente.
Nota. Para la imagen de portada, Copilot.
