Para llegar a las pozas turquesas de agua salada, hay que dejar atrás la localidad de Pozuzo y continuar por la vía principal; más adelante, tomar un desvío. Si te guías del mapa, se trata de la carretera a Tingo Malpaso, que bordea un río ya de nombre distinto, el Santa Cruz.
Cerca, sobre nuestros pies, toca cruzar un puente colgante que resulta muy gracioso, dado que rápidamente pasa a balancearse hacia los lados y dificulta el avance. Hay que andar con cierta técnica y no demorar mucho. En el puesto de control, se paga una entrada muy barata y, tan solo más allá, lo esperado aguarda.
Según Marino, el guía, Huánuco está a un metro. Cuando se ve el mapa, es casi cierto. Estamos prácticamente en el borde que separa los departamentos de Pasco y Huánuco. Las pozas turquesas no son, en realidad, agua empozada, sino que hay algún nivel de flujo y una conexión con el río, que está a muy poca distancia. Sin embargo, es más probable que su origen sea del subsuelo, no solo por su color, sino por ser salada y dejar emanar un cierto olor a azufre. Es, sin duda, una zona de mineral. Además, su temperatura es la más refrescante para el intenso calor. Se siente bastante fría al inicio, pero uno se acostumbra rápido, especialmente al estar en movimiento.
A los costados, hay baños, camerinos y duchas, los dos primeros a un sol el ingreso de forma separada. Sin embargo, el agua no es constante. Viene por oleadas. Algunos no pudimos enjuagarnos como hubiésemos deseado al retirarnos de las pozas. También hay diversos quioscos para comprar bebibles y comestibles, así como suvenires.
De los tres, solo yo me metí a las pozas de manera completa. Mi mamá ingresó solo a remojar sus pies. Había una buena cantidad de gente, pero quedaba suficiente espacio para explorar y nadar. La superficie no es regular. Hay partes donde te puedes parar y otras donde te quedas sin piso, con los suficientes metros de profundidad para que, al lanzarte desde un punto alto —como también realicé—, te sumerjas sin problemas tras el descenso. Se vuelve adictivo: subir por las rocas y saltar. Hice dos clavados, el segundo mejor que el primero, debido a la experiencia inicial.
Al momento del retiro, se formó un atolladero para cruzar el puente, ya que mucha gente se retiraba y otro tanto llegaba. Algunos guías se coordinaron para organizar un flujo balanceado por ambos lados. La idea era que pasen 10 de un lado y luego 10 del otro. En una oportunidad, a una guía que había llegado con un grupo de turistas y no estaba participando en la organización del cruce, le importó un comino todo e hizo pasar a más gente de la acordada, totalmente egoísta y falta de solidaridad, como si tuviese los privilegios que le dieran la gana. El típico comportamiento que hace que este país se mantenga tan estancado.
Nos dirigimos ahora al almuerzo. Retrocedimos hasta Tradiciones Pozucinas —un restaurante que está más cerca de Prusia que de Pozuzo—, nos ubicamos, confirmamos los platos (que ya habíamos elegido con anticipación para que los vayan preparando, como es usual), agregamos las bebidas, incluyendo cervezas artesanales pozucinas, y quedamos a la espera. Marino nos había recomendado que pidiéramos platos locales en lugar de los clásicos peruanos. Como lo había expresado, aunque no con las mismas palabras, ¿habíamos viajado tan lejos para pedir platos que podíamos pedir en cualquier otro lugar del Perú?
Como sabía que, durante el almuerzo, una pareja en trajes típicos iba a compartir un baile, elegimos una mesa que tuviera una buena vista a la pista donde iban a bailar, que era circular. Mientras esperábamos, como mi posición frontal daba hacia la zona de la caja y la cocina, a cierta distancia, en un inesperado instante mágico en que levanté la mirada, me percaté de una fantasía. Medio en broma, pero quizás con excesiva verdad en el inconsciente, pronuncié un “me caso”. Fue gracioso cómo mi hermana se volteó a mirar a cuál mujer me refería, como diciendo “debo saber quién es” y sin mediar discreción. De todas maneras, ella, que se estaba desempeñando como camarera, no se iba a dar cuenta.
Una sola imagen te puede cambiar la vida. Ella nos traería los alimentos y bebidas poco después. Cuando trajo las tres cervezas y las estaba destapando, una de ellas, con tapa aún, se volteó, un pequeño accidente, pero sin ningún efecto. Era tan hermosa. Una vez más, sonaba como yo (si recuerdas mi publicación anterior). Y quedó también en mi recuerdo. Mi mamá dijo que tenía los ojos de mi linda sobrinita.
El baile fue muy ameno y la música muy agradable. No me queda claro si tanto el baile como la música, como observamos y escuchamos, provienen directamente de los países de origen de la colonia, o si ya han pasado por alguna transformación en su ya amplia existencia en nuestro país. Incluyó algunas piruetas y, bajo el intenso calor, hizo que a los bailarines se les vea al final un poco agotados. Igual, entiendo que van repitiendo el baile por horarios, y posiblemente cambiando de participantes.

Como estábamos cerca de Prusia, nos encaminamos después a su plaza, sobre todo para tomar un descanso, pasear, sacar fotos y, si lo deseábamos, comprar suvenires. El acceso a una manguera que regaba el gras fue como encontrar un oasis. Todo muy bonito, lleno de decoración, como, por ejemplo, un minipuente colgante y espacios para protegerse del sol. Este pequeño espacio del Perú es un lugar para estar. Sanar. Continuar. Decir adiós. Pero, eso sí, deberás acostumbrarte al calor y adaptarte. Es la selva central, ni más ni menos.
Era hora de ir a por unas cervezas artesanales.

