Materia de los sueños

Ir desde Oxapampa hasta Pozuzo no es un camino corto ni sencillo. Para proporcionar un mejor posicionamiento geográfico, Oxapampa es una de las tres provincias del departamento de Pasco, ubicado al centro del país. Oxapampa se divide en ocho distritos, uno de los cuales lleva el mismo nombre. La ciudad de Oxapampa, a su vez, se ubica dentro de dicho distrito: es su capital y también la de la provincia. Pozuzo es otro distrito de Oxapampa y está localizado más al norte, muy cerca de la frontera con el departamento de Huánuco.

Algún lejano recuerdo tengo de que el viaje de distrito a distrito, en términos generales, fue de dos horas. La van —esta vez, una más nueva— pasó por nosotros temprano. Iba repleta, como el día previo, pero ya no era Naomi quien guiaba, sino Marino, el ayacuchano. Su primera misión: hacer ameno el viaje hasta llegar, y así exactamente fue.

Camino al norte, pasamos por el distrito de Huancabamba y, más adelante, vimos de pasada la avioneta roja, localizada en el mapa como un punto turístico. ¿De quién habrá sido? La broma clásica es decir que de algún narco. Sin embargo, particularmente, no tengo una respuesta, ni tampoco sé si dicha broma posee alguna porción de verdad.

En nuestro avance, dejamos atrás la catarata Rayantambo para “ganarle espacio” al turismo, pero no quedaríamos sin visitarla al retorno, por la tarde. Nuestra primera parada para estirar las piernas y tomar fotos, eso sí, fue otra catarata: Yulitunqui.

La carretera está llena curvas, no es asfaltada, bordea un acantilado y casi es de una sola vía, pero los vehículos se las arreglan para ir en ambos sentidos. El río Huancabamba acompaña sinuoso por debajo y los alrededores son de puro monte y vegetación. Además, algunos de los animalitos que habitan la zona están dibujados en carteles al lado de la carretera, como el oso de anteojos.

A diferencia de mi hermana y yo, mi mamá es conversadora y con mucha facilidad entabla comunicación. Las personalidades se desarrollan de distintas maneras entre las personas. Yo podría haberme beneficiado de esa facilidad en el contacto con otros, pero no la heredé. Salí más a mi papá, aunque él es más ermitaño que yo.

Y por supuesto que, si mi mamá viajaba a mi lado, entonces no pasaría mucho tiempo sin que terminara introducido en alguna conversación. Justo, fue en el asunto de mis adoradas montañas. Hablé de Huaraz y Arequipa —como me leerán mucho en este blog—. Mi hermana me dijo después que, al inicio, soné un poco sobrado, pero no me di cuenta ni fue mi intención. Quizás, mi falta de soltura pudo generar esa impresión.

De todas maneras, las palabras las llevaba claras en mi mente en ese momento (en este caso, sobre los ascensos realizados como respuesta a una pregunta), así que las pronuncié sin dubitación. He identificado que me siento más cómodo diciendo algo como lo conozco o, simplemente, no haciéndolo en absoluto, que mostrándome como quien quiere y no quiere decirlo, aparentando modestia.

A pesar de ello, la conexión ya estaba establecida, y en otros momentos durante el trayecto también tendría conversación. Me pongo a pensar en qué otras experiencias podría haber vivido si tuviese una mejor capacidad para la comunicación oral. No prioricé en mi vida el desarrollar esa habilidad, sino otras. No vale la pena profundizar al respecto ahora.

Buen tiempo después, llegamos a Prusia, cada vez más cerca de nuestro destino principal. Prusia es una pequeña localidad que ya pertenece al distrito de Pozuzo, y se halla primero en la carretera en la dirección que seguíamos.

Específicamente, nuestra parada fue antes de la última curva que conduce al interior de la localidad, donde se halla el portal de bienvenida: “Willkommen in Pozuzo. Única Colonia Austro – Alemana en el Mundo”. Allí, no solo bajamos para tomar fotos, sino también para comprar algunos suvenires y cervezas artesanales en el quiosco que estaba tan solo al costado.

Quienes lo atendían eran dos jóvenes, mujer y hombre, vestidos en ropa típica. A hoy, intento recordar la presencia de ella y su interacción conmigo. Todo su ser era como un sublime sueño, donde el cómo iba vestida agregaba un matiz especial. Una viajera les pidió a ambos salir para tomarse una foto. Yo no pude replicarla, un claro ejemplo de las limitaciones de las que hablaba.

Extraño, además, fue escucharla hablar, ya que, si bien ella (y también su compañero o pareja) podía interpretarse visualmente como “europea” (sí, estoy estereotipando, aunque influenciado por haber estado al tanto de la colonia mencionada), sonaba a . Es decir, no solo en idioma, sino en tono. En un mundo distinto, bien podríamos haber sido amigos. O quizás no. Sí recordaré lo deliciosa que estuvo la cerveza y uno de los suvenires más geniales que hemos traído con nosotros: la vaquita a la que mi hermana y yo nombramos “Pozucita”.

Continuamos esta vez hasta la localidad de Pozuzo (no sabría decir si se trata de una ciudad oficialmente hablando, pero, aunque pequeña, tenía todos los elementos necesarios), capital del distrito del mismo nombre. La van se estacionó en una de las esquinas de la plaza principal y, desde el momento en que salí, sentí que había llegado a un país distinto.

Si me has conocido, o has leído lo suficiente este blog (lo cual veo difícil), conocerás mi opinión sobre lo que observo en la ciudad donde vivo, Lima Metropolitana. Claro, es una ciudad grande y hay una infinidad de zonas que presentan características muy distintas entre sí. No obstante, la Lima que presencio cada día (especialmente, de ida al trabajo y vuelta) no es la más agradable, y es por eso que la imagen de Pozuzo me impresionó tanto: es su antítesis. Es lo que Lima nunca podrá ser, ya que la idiosincrasia limeña (vista desde alguna especie de composición panorámica mental) es muy pobre, excesivamente pobre.

Unas fotos no podrán haber captado ni mostrar la realidad como la vieron mis ojos paseando por dicha plaza, ni mucho menos las sensaciones que evocó en mí, donde tanto en ella como en sus alrededores no solo reinaba la limpieza, sino cundía la calma, una gran paz. Era un lugar hecho para estar, y estaba tan agradablemente diseñada que, bajo la fantástica iluminación que causaba aquel clima, así como los verdes montes circundantes, no me cansaba de mirarla. Me hacía pensar en que ése debía ser el paraíso que siempre había buscado, donde podía pasar el resto de mis días cuando no hubiese más lugar a dónde ir. Como el último retorno que realiza Tom Cruise en El último samurái.

Tomamos fotos por doquier. De por sí, los diseños de las edificaciones y de los interiores de la plaza son muy distintos de lo que he visto en otras partes del Perú. Era un lugar “extranjero” y, a la vez, peruano. Pero, más que eso, me quedé con la imagen de la perspectiva de futuro que produce el tener una población con una sólida educación desde la base.

Mi hermosa madre.
Mis compañeritas de viaje. Qué nos deparará el 2025.

Es 27 de diciembre de 2024 cuando escribo el original de estas palabras. Ayer, cuando viajaba en un microbús (en Lima), en los dos pares de asientos que se ubicaban delante de mí, viajaba una familia completa: los más inmediatos eran un padre y una hija en su niñez o adolescencia; delante de ellos, la madre y la segunda hija en edad. En un momento, esta última se levantó de su asiento y lanzó un palito de helado por la ventana abierta. Luego, lanzó un segundo palito. Finalmente, lanzó una envoltura arrugada. Expresión, sin duda, de usar la ciudad como basurero.

Ni su madre ni su padre hicieron el intento de decirle que eso no debía hacerse. Ni siquiera hubo un gesto de sorpresa, como cuando se percibe algo que se sale de una línea figurativa de lo que debería ser el orden. Nada. Absolutamente nada. Posiblemente, ella aprendió eso de ambos, y lo aprendió como si fuese lo más natural del mundo: lanzar desperdicios a cualquier lado.

Eso es Lima. El nivel de pobreza en la idiosincrasia de esa ciudad nos condena al atraso. Fue un ejemplo perfecto de cómo aquí, en la ciudad más grande, la más “avanzada”, que acarrea desde hace décadas a un tercio de la población del país, la educación está dañada desde sus cimientos. Y debemos dar vergüenza a nivel internacional.

Vuelvo mentalmente a Pozuzo y noto las grandes diferencias. En el viaje de ida, Marino nos contó la historia de la migración, que tuvo sus dificultades, pero logró establecerse y crecer desde allí hacia el futuro. Fundada en 1859, la colonia empezó con una pequeña cantidad de tres cifras y ahora, más de 160 años después, está sobre 4500, si se toma como fuente la población censada de viviendas particulares y colectivas en el distrito según un estudio del INEI (nuestro Instituto Nacional de Estadística e Informática) de 2018.

Pozuzo es un hermoso lugar que espero que siga creciendo, y siempre firme en sus valores fundacionales. Al final, lo que somos, lo que las personas son, es el resultado dejado tras el paso por esta tierra, y no lo que se dice que se es. Nosotros, en Lima, estamos tan lejos. Pero Pozuzo es peruano, y ese sueño sí es posible, aunque nadie lo esté persiguiendo.

Fotos adicionales del viaje. El video puede verse en HD de 1080p.

Lo que seguía era irnos aún más al norte, con inclinación al oeste, ahora sí, casi al límite con el departamento de Huánuco, para otra aventura más en este maravilloso viaje.

Recomiendo ver las imágenes en pantalla grande.

¿Todo bien?