Como un suspiro

Llamaron a mi hermana por teléfono para avisar que ya estaban en camino. Fuimos a la puerta del hospedaje, creyendo que ni bien saliéramos el transporte iba a llegar. No fue así. Los minutos pasaban e incluso mi hermana devolvió la llamada para preguntar.

Finalmente, llegó. La primera persona que bajó a recibirnos fue una agradable joven, quizás algo tímida, vestida con una polera naranja, un pantalón negro de tela suave y extremidades anchas, medias tobilleras y zapatillas blancas. De pelo castaño oscuro y lacio, con una colita. Delgada, como una pluma. Nos saludó y nos dio la bienvenida. Ya había personas allí. Creo que fuimos los últimos por quienes pasaron.

Nos dijo su nombre, pero, por una cuestión inconsciente, no lo capté muy bien. Cuando llegamos al primer punto, el Café El Tirolés, al bajar le pregunté si era Noemí. “Naomi”, me respondió. Una tía de Huánuco (bueno, nunca supe el listado completo de tíos y tías que he tenido, y de las personas que no lo eran, pero que igual llamábamos así) llevaba el nombre que le señalé, y su existencia previa en mi mente generaba interferencia en mi aprehensión del nombre de nuestra guía.

Hay otra cuestión, también inconsciente, que ocurrió en ese pequeño trayecto. Cuando ella nos recibió al inicio, el contacto visual de mis ojos con su ser fue muy rápido.

Pero suficiente.

Algo empezó a moverse en alguna dimensión de las profundidades de mis pensamientos, como si alguno de los sentidos que habitan en mi cerebro hubiese captado alguna realidad en la cual mi conciencia aún no se había posado. Poco después, creí saber qué era. En mi descripción de ella, me estuvo faltando un detalle: su fina belleza. Absolutamente inolvidable, aunque, paradójicamente, el recuerdo consciente ya esté en proceso de descomposición.

En El Tirolés había tanta gente, que la larga fila que se había formado hacía un serpentín y, además, no parecía avanzar. Se estaba realizando una degustación de productos dulces, como el manjar, pero el local estaba tan abarrotado que la experiencia se avecinaba incómoda. Naomi decidió que era mejor regresar después.

Nos dirigimos al mirador La Florida, cuyas vistas de la ciudad y los cerros circundantes son muy bonitas. Nos contó ella algunas historias relacionadas con lo que podíamos ver desde allí. También, accedió a tomarnos unas fotos a mi pedido, y mantuve, cómo no, la memoria sensorial de sus dedos, involuntariamente, acariciando mi mano al pasarle mi cámara.

La siguiente parada fue un centro recreacional, donde se podía realizar actividades a gusto del viajero. Nosotros fuimos a pasear, sobre todo, donde había animalitos para ver, el rancho Victoria. Eran, principalmente, aves de corral, incluyendo unos gallos grandes y fornidos provenientes de Japón, según la explicación de Naomi. Ella intentaba compartir un momento con todos los viajeros, así que iba saltando de un lado a otro continuamente.

El lugar tenía también dos pavos reales, uno blanco y uno de colores, pero ninguno se animó a abrir sus esplendorosas alas. Los gallos de pelea estaban guardaditos, por lo que me dio un poco de pena.

Fuimos luego a una degustación al aire libre del trago típico llamado “guarapo”, hecho a base de jugo de caña de azúcar con aguardiente. Naomi se encargó de organizar y facilitar la experiencia. Primero, hizo alcanzar a todos un vasito de plástico donde sirvió el jugo. Después, agregó el necesario complemento. Lo sentí sencillo e interesante, aunque lo hubiese preferido helado y no al tiempo.

Pasamos a la degustación de mieles en un local que estaba al costado. Sin embargo, antes de ir, quise comprar algún suvenir, y fue allí donde lo vi: un lindo buhito colgado que —supe al instante— debía formar parte de la colección familiar. Antes de ir a por él, Naomi me advirtió de que más adelante íbamos a pasar por una tienda de artesanías, donde habría más productos para elegir.

En la tienda de mieles, tras la explicación del proceso productivo, se nos presentó una variedad impresionante para probar. Los tarritos estaban dispuestos en fila para extraer su contenido con cañitas de plástico cortadas. Como es usual, no pudo haber un buen orden, en parte porque había otros grupos en el local. Además, muy rápidamente, las abejitas venían y se posaban sobre la miel, y bastaban minutos, o incluso segundos, para que los tarros se llenasen de abejitas nadando o atrapadas. La anfitriona intentaba retirarlas, pero el esfuerzo parecía en vano. Supe, entonces, que lo saboreado se trataba de un combinado de miel con revolcón de abeja.

Compré una miel con café exquisita que hice durar largo tiempo. El siguiente punto era la tienda de artesanías de la que Naomi me había hablado.  

Poseía una gran diversidad de suvenires. Aunque hubiese querido adquirir alguno para la casa, realicé una compra para otra persona: un arbolito de cuarzos de colores que regalé a nuestra guía. No pude evitar esa espontaneidad. Su rostro de agradecimiento estuvo lleno de dulzura. Lo colocó en el bolsillo delantero de su polera y así anduvo.

Por un mínimo de soles empleados en la tienda (10), se obtenía un tiquete para poder probarse un traje típico de la comunidad austroalemana y hacerse fotos. No me animé. Sin embargo, otros sí y debimos esperar.

La van nos trasladó desde allí al parque de Chontabamba, que fungía como su plaza mayor, muy turístico y acompañado de la municipalidad del distrito. En todo el trayecto hasta el momento, nos habíamos saltado la Tunqui Cueva, una cueva pequeña donde se iba a poder apreciar formaciones rocosas interesantes. El motivo fue que estábamos retrasados, nadie le daba tanta importante y, además, según Naomi, estaba un poco inundada.

Del parque, llegó por fin el almuerzo. Debo decir que no recordaba el nombre del restaurante a donde nos llevaron. Sin embargo, al explorar los sitios y las fotos de Google Maps, si estas concuerdan con el sitio identificado (en ellas puedo reconocer el lugar donde estuvimos), el restaurante se llama El Oropel. Lamentablemente, la atención estuvo fallida aquel día: una demora impresionante para servir la comida, quienes atendían no estaban lo suficientemente enterados para responder y había confusiones en los platos. Naomi estuvo ayudando para aligerar la mala experiencia, pero no era su responsabilidad. Sí que fue un fallo del programa.

Hasta aquí, la primera parte. Quédate en sintonía para cuando llegue el cierre.

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¿Todo bien?