La temporada con la que el Teatro Británico cerró el 2016 fue la de la obra Hamlet, en cartelera por no pocos meses. Según mi registro, fui a verla el 12 de diciembre y en familia. Lo más probable es que haya ido solo con mi mamá. Poco más de 8 años han pasado desde aquel entonces, y aún guardo algunas imágenes y conclusiones de aquella experiencia. De una caja de zapatos vieja, recuperé el programa de la obra, que vino con diversos textos. Asimismo, hallé algunas reseñas en la web. Una de ellas, del Británico, aunque es más un anuncio y solo comparte tres líneas al respecto. Allí, destaca que la adaptación incorpora elementos modernos y señala dos ejemplos: un entorno universitario y Hamlet como estudiante de artes.
Luego, lista el elenco, formado por 10 actores y 2 actrices. La adaptación es de Roberto Ángeles y Carlos Galiano; la dirección, de Roberto Ángeles. Hamlet fue interpretado por Fernando Luque, a quien he visto ya en una cantidad de obras, siempre con performance sobresaliente. A estas alturas, es uno de los máximos representantes de la actuación peruana. Respeto y aplaudo su destreza, independientemente de que, en algún momento pasado, haya estado en desacuerdo con alguna declaración suya en un asunto que causó polémica en el mundo de la actuación en Perú.
El Teatro Británico podría requerir una remodelación. No obstante, el estado de su antigüedad hace juego con las obras de Shakespeare, que son comunes allí. El recuerdo que tengo de Hamlet, aquel 2016, es el de una obra con vasto diálogo y un tremendo peso sobre el personaje principal, quien conducía —obviamente— la mayor parte de la carga de la atención del público. Ya había leído la obra con anterioridad en un libro de Obras Completas y, al tener la historia más fresca en ese momento, pude darme cuenta rápidamente de que la adaptación, muy aparte del nuevo contexto, intentó mantener los diversos encuentros y diálogos, incluyendo aquel donde Hamlet discurre sobre las formas de las nubes con Polonio, interpretado por Christian Ysla.
En realidad, como leí en otra presentación de la obra por parte del Británico, esta “conserva el texto original” (traducido y adaptado, por supuesto). Agrega, además, que promueve una reflexión sobre “la juventud, la lealtad y los vínculos cotidianos”.
Una de las impresiones que nos llevamos, traída a colación por mi madre, fue que el trabajo de vestuario quedó de alto nivel. Ciertamente, había un derroche de elegancia generalizado entre los personajes. En lo más particular, y pensando ya en el Hamlet de Luque, no podría haber comentario demasiado negativo sobre su presentación. Es más, ninguno negativo en absoluto, quizás. Tener esa inmensa cantidad de líneas tan interiorizadas y decirlas una a una sin titubear en cada oportunidad forman, sin duda, una proeza. Pero se sintió, de todas maneras, muy intenso, avasallador. Puedo entender, sin duda, el grado de influencia que ejerce la dirección, aunque podría haber valorado, personalmente, un mayor matiz. 1
Seguramente, Ernesto Carlín, editor (no sabría decir en qué rubro) que compartió una opinión para Andina el 3 de octubre de aquel año, estaría en desacuerdo conmigo. Él, a diferencia de mí, resalta los matices de Luque en su magnífica interpretación (lo fue) de Hamlet. Respecto del resto de detalles comentados, no me alcanza ya la memoria para ponerlos a prueba. De todas maneras, de las obras que vi el 2016, sí le tomaría la palabra de que fue uno de los mejores montajes realizados.
En otra opinión, esta vez por Alberto Servat para El Comercio, publicada el 17 de setiembre —medio mes antes—, si bien la perspectiva es mínimamente positiva en el balance, hay resaltes marcados en los puntos que no le parecieron buenos al crítico, a tal punto de incluir injustas frases como “¡Qué gran oportunidad perdida!”, por ejemplo, para referirse a la forma en que se diseñó la puesta del discurso donde va el “Ser o no ser” (y por supuesto que no recuerdo cómo fue).
Por lo general, no suelen agradarme las críticas con demasiada exquisitez, pero debo admitir que su mirada sobre la presentación de Luque explica muchísimo mejor la impresión que me llevé. “Durante toda la obra pronuncia sus textos con tal intensidad que no se percibe ese juego de palabras que nos permita conocer el desarrollo emocional del príncipe”, está entre lo que señala. Luque, para Servat, no supo plasmar un balance entre la melancolía y el humor. No obstante, alaba su valentía para interpretar un papel que acarrea gran responsabilidad por su relevancia histórica frente a la audiencia. 2
Por otro lado, el cambio de contexto no me hizo sentir que la obra conectaba con lo moderno, pero tampoco lo necesitaba. En general, no sentí que la obra me apasionó, a pesar de haberla considerado una puesta en escena muy fina y trabajada. Es decir, como debía ser. Créanme, además, al decir que no soy de los que repiten, como si fuese un manual andante, que lo actuado no puede superar a lo escrito. La verdad es que son mundos distintos, aunque lo que me transmitió la obra escrita, ciertamente, fue diferente de lo que vi en persona.
Quizás, “he allí el dilema”: al ver una obra teatral, mi mente intenta establecer conexiones con la realidad incluso si su historia está basada en una época pasada; no obstante, las obras de Shakespeare, sobre todo, sus tragedias, son de tan pesado calibre que me es difícil conectar con una situación real, en especial, cuando las tribulaciones son tan intrincadas y extensas. Como si hubiese un exceso de palabras para expresar una idea. Ello no quita, de ningún modo, ningún mérito a las sobresalientes actuaciones, a su adaptación y dirección, y mucho menos al escritor original. Tal vez sea yo alguien que disfrute de Shakespeare más de manera escrita que en teatro, aunque el disfrute esté presente, en mí, en ambas modalidades.
Y ahora que he leído (posiblemente, recién) el aporte escrito por el propio Luque para el programa de la obra, puedo establecer una relación entre mis sensaciones recientemente expresadas y la manera como él cuenta que conoció Hamlet los 15 años: sin entender nada, excepto por la trama más general. Pero ese es solo el inicio de un análisis sumamente incisivo de la tragedia del personaje, el cual ofrece a mi mente un nuevo panorama para entenderlo. Y qué mejor que a través de las palabras de un actor que lo interpretó —y vivió—, y uno bueno.
En ese sentido, cabe citar la respuesta —anacrónica— de Luque a sus “opinólogos” (incluyéndome, qué más da) sobre su actuación: si bien al principio buscó retroalimentarse de lecturas que teorizaban sobre Hamlet, al descubrir que estas lo estaban distrayendo, adoptó una postura más empírica: “Decidí … acercarme a esta historia de manera más pura, tratando de guiarme únicamente por lo que el texto mismo despertaba en mi interior”. ¿Quiénes seríamos nosotros, críticos profesionales y no profesionales, para construir una crítica —valga la redundancia— que vaya más allá de la superficie, cuando la profundidad está en el proceso de preparación?
De las interesantísimas preguntas filosóficas y reflexiones que plantea Luque a continuación, me quedo mucho con el contraste entre el ser soberano y no serlo. Estamos tan llenos de capas y estructuras que, al hallarse nuestro ser debajo de todo ello, se hace tan pesada la renuncia. De aquí, en solo una línea, el histórico personaje queda expuesto: “En ese sentido, Hamlet no es un hombre soberano, y es allí donde radica su tragedia”. Me gustará esbozar mis propias interpretaciones a partir de una nueva lectura del texto (mejor dicho, guion), pero no puedo más que cerrar, nuevamente, con una cita del actor:
«Y es así como Hamlet aparece ante nuestros ojos como la encarnación de aquel que lucha vanamente contra su destino, para entender finalmente, cuando ya es demasiado tarde, que lo que tenga que ser, será, lo queramos o no.» — Fernando Luque, 2016

Notas
1 Las palabras “intenso” y “matiz” las traje al texto de mi propio sentir, independientemente de si coinciden con otras reseñas.
2 No he compartido los enlaces de las cuatro notas periodísticas citadas (dos del Británico, una de Andina y de El Comercio) para evitar la posibilidad de que se caigan a futuro y ya no se pueda acceder a ellas. Prefiero no acarrear esa breve “decepción” para mi blog. No obstante, ya van varios años en la web y podrían seguir existiendo por mucho tiempo más.
