El texto a continuación lo escribí el 8 de setiembre en borrador. Lo he editado sin cambiar su marco temporal. Sin embargo, al momento de escribir estas breves palabras introductorias, ya superé los tres años a los que me refiero al inicio.
En poco menos de un mes, cumpliré tres años en el mismo trabajo. Nunca había durado tanto en un mismo lugar (sin contar las jefaturas de práctica en mi universidad, que son de una naturaleza completamente distinta).
Me refiero a un trabajo en el que debo ir de lunes a viernes y cumplir con un determinado horario. Sería una “cosa rara” si obviara que las personas no nos mantenemos iguales con el pasar del tiempo y la experiencia de vida. Si bien no puede afirmarlo para todo el mundo, me he dado cuenta de que, en mi ser, hay una sensación que antes sentía y que ahora, a pesar de que no hay trabajo perfecto —siempre existirá el estrés, los momentos de cólera y hasta las ganas de mandar al cuerno todo—, he dejado de sentir esa sensación que me embargaba el cuerpo y que me decía que era tiempo de decir “hasta acá nomás”. Por supuesto, no todas mis salidas de los trabajos han sido iguales, pero donde estoy ahora, desde hace casi tres años, a pesar de sus fuertes zonas oscuras, me encuentro bien y en franco crecimiento profesional y personal.
En definitiva, el trabajo no solo es el clima laboral ni las cuestiones organizacionales que, muchas veces, hacen que grandes esfuerzos terminen no valiendo la pena aunque igual se realicen, sino también las características que conforman el puesto más allá de sus funciones. Hay una influencia positiva, desde este lado, en el balance que realizo periódicamente sobre mi estancia aquí, pero tampoco significa que es el lugar en que desee quedarme para siempre.
Con mis 39 años, siento que el periodo entre 40 y 50 va a ser clave. Es un periodo de máxima consolidación y donde tengo la expectativa de alcanzar logros académicos que, hasta ahora, había visto bastante lejos. Sin embargo, el constante estudio, el aprendizaje laboral —mucho de él, basado en mi persistencia en innovar en mis propias labores y probar cosas nuevas— y la seguridad que, cada vez más, incorporo a mí mismo respecto del conocimiento práctico y científico que rodea las actividades que realizo, me hacen sentir que he dado pasos que antes no había dado, y llegar y pasar fronteras (personales) que antes ni siquiera había llegado a encarar.
Y hay resistencia, qué duda cabe. Es complicado. A veces, el estrés existe no tanto por las fechas límite para entrega de informes, por ejemplo, sino por la expectativa existente y fundada en que las propias personas que trabajan con uno están al acecho de cualquier motivo, por más pésimamente construido que esté, para intentar socavar tu progreso, y ha habido mucho de eso en mi propia área, y me gustará contar y reflexionar sobre algunas experiencias al respecto.
Junto a ello, me gustará también hacer una nueva exploración de mi vida laboral en esta sección a la que he titulado con la categoría “De gris” en el blog. En el pasado, he sido muy formal o escueto, o frío (también, porque pensaba compartir esos escritos en postulaciones laborales o en la “red social de los trabajos” —y, en efecto, están allí por ahora—), pero ahora deseo explayarme más y sin tapujos “de cortesía”, aunque ciertas anonimidades y confidencialidades deberé guardar.

