Cómo habrá sido la moral limeña en 1570, o alrededor de dicho año, es solo algo que las personas de la época podrían describir de manera sentida, y posiblemente, también, los historiadores, desde una perspectiva académica, pero con la inevitable distancia. ¿Qué habrían pensado aquellas personas de cómo es hoy Lima? Imposible saberlo, más de 450 años después. No existe eso de que alguna determinada época “fue mejor”, pero, a un nivel más granulado, quizá podría establecerse conversaciones al respecto, qué funcionaba antes mejor que ahora, qué funciona ahora mejor que antes.
En esta divagación me dejó la obra teatral María Pizarro, he aquí el amor, que vi hace tres días. Y no puedo dejar de decirme que no hay un tiempo en el que Lima no haya sido jodida. Pero, aun así, podría ser una valoración que se aplique a cualquier ciudad de insuficiente desarrollo en general. Sin embargo, hay elementos que, a su propia manera, se mantienen hasta hoy. Uno, el conservadurismo. Otro, la pobre consideración por la salud mental. Y otro, la suspicacia puesta en las personas que extienden su pensamiento hacia lugares inexplorados y lo manifiestan.
Muchos no cambiarían nada de lo que somos hoy, posiblemente, porque el terror visceral a ver algo diferente les hace pensar que su vida va a ser peor. Posiblemente, se trate del miedo inconsciente a una supuesta incapacidad de adaptarse a lo nuevo, por lo que, donde están asentados (y no me refiero a un lugar físico), es donde se sienten mejor. En mayor o menor intensidad, todos tenemos algo de eso en nuestro ser. Lo que hace la diferencia, creo yo, es la disposición y la voluntad para reconocer el pesimismo frente al cambio cuando se lo detecta, y esquivarlo o hacerlo a un lado.
Si bien en la actualidad la ciudad tiene sus propias perversiones, en el entorno de María Pizarro, algunas de ellas podían llevar a la exorcización, una tortura con violación incluida en nombre de la religión, como la sufrida por la persona cuyo nombre da título a la obra (21 años a 1570), debido al impacto generado por sus actitudes resultantes de una frustración no menor ante el conservadurismo imperante en una sociedad donde, aparentemente, o se estaba en el camino trazado por el autoritarismo católico dominante, o se era alguien llevado por el Diablo. El propio descubrimiento, cuando niña, de la relación homosexual a escondidas entre dos monjas en el convento a donde debía asistir debe haber influido en su necesidad de, valga la redundancia, descubrimiento sexual cuando de mayor edad.
Con un padre ya no presente (fallecido), vivía en casa con una madre que evitaba ser receptora de sus inquietudes y, en cambio, las relacionaba con lo incorrecto, lo desviado; y con un hermano sacerdote que, a escondidas, mantenía una relación con una mujer de cuyo deseo no podía escapar, y quien respondía favorablemente a él.
La Inquisición había llegado a Lima y, continuamente, se menciona la presencia de unos jueces que rondan a caballo, como unos espectros que controlan la ciudad, pero quienes no aparecen en escena. Tan solo están allí, como una presencia fantasmal entre las palabras, como habitando entre susurros, para crear terror en medio de la reclusión que aquella había provocado en las personas. Desde las ventanas, se podía ver todo, y las conspiraciones corrían incluso entre los mismos sacerdotes, ya que no se soportaba vivir bajo esa mano negra oscuramente vigilante, aquella que llegó en barcos, justamente, por medio de los cuales los conspiradores planeaban su huida. Allí, estaba el hermano de María; también, Dolores, su pareja en las sombras; y un sacerdote cercano a él, como él, sometido por sus propias tentaciones.
Un impulso delator de María causa el apresamiento de Dolores, quien es quemada en la hoguera frente a la ventana de la primera. Ella, al pasar los días, no deja de ver al cuerpo entrar en putrefacción cada vez más. El plan fracasó rotundamente. Un plan que no iba a incluir a María, aunque deseaba fervientemente irse. El temor de su hermano a partir había hecho, además, que quisiera quedarse para proteger a su madre y a su hermana, a quienes no quería dejar solas. Aunque quién sabe si, además, hubiese habitado en él algún miedo a un cambio tan drástico.
En medio de todo, se ve a María con arranques que podían atribuirse a lo demoníaco y a una supuesta posesión, los cuales terminaron siendo la causa de que sea entregada a las autoridades eclesiales para “ayudarla”, pero quienes encargaron el oscuro acto mencionado antes, su exorcización. Quizás haya habido allí, en dicho acto, más infierno que el prevaleciente en su denominada posesión, pero lo cierto es que la dejó destruida por dentro. Tanta destrucción, que no vio otra salida que irse “volando”, cual gallinazo limeño —otra figura muy presente en la obra, siempre al acecho—, por sus grandes ventanales. Su partida asemejó a un suicidio, aunque no presentado así explícitamente.
Más adelante, ya sin su familia presente, les habló en una última declaración, como si la hubiera sobrevivido por el alargamiento de su vida, permitido por su pacto con el Diablo. Quizá, como mostrando una analogía de que ella representaba la siguiente fase en el pensamiento de una sociedad tan conservadora, como la limeña, que seguiría cambiando en el tiempo, pero a la vez, desde lo que puedo ver ahora, no haciéndolo.

Si bien la obra presenta un tema sumamente interesante, con elementos que llaman al suspenso y al miedo, se excede en el ocultamiento, haciendo que no sea tan sencillo seguir la línea de lo que está ocurriendo. Determinados diálogos llegan a requerir de mayor detalle sobre lo que está quedando encubierto. Sin embargo, no espero causar confusión con mi apreciación: no abogo por la complacencia, pero sí con no mantener borrosa una historia al forzar la naturalidad. Por otro lado, uno de los puntos altos es el manejo del ventanal móvil, que combina con los distintos escenarios aparecidos, como el de su combinación con el viejo sofá de la madre y la sencilla cama de María: clásica configuración que llama a sentir el terror de la noche, rodeada por los fantasmas que habitan en el exterior.
Escrita y actuada por Rocío Limo, fue dirigida por Vera Castaño y es una coproducción entre Alianza Francesa de Lima y Tejido Abierto Teatro. Según la información publicitada, María Pizarro no es ficticia, sino fue la primera mujer exorcizada en Perú. La obra se basa en dicho caso y se ambienta en la Lima de aquel tiempo.

Nota. La base de este texto la escribí el 24 de setiembre y la edité el 3 de octubre.
