Una defensa para llorar y un centenar de ojos, o una mirada parcializada

El quinto artículo para el New York Daily Tribune en el asunto de las revoluciones en España del siglo XIX fue publicado el 30 de octubre de 1854.

Inicia Marx con una contundente conclusión: la Junta Central fracasó en la defensa de España. Luego, sigue un encadenamiento de motivos: en primer lugar, la causa principal habría sido el fracaso —una vez más— en su misión revolucionaria. ¿Cómo se gestó este?: de verse atrapada en el temor y desconfianza constantes en sus jefes militares. ¿A qué se debía tal temor y desconfianza? Conectando las líneas, a la consciencia de su debilidad, la inestabilidad en su poder y su extrema impopularidad. Sin embargo, ¿qué es lo que ponía en peligro su posición? Las rivalidades, envidias y pretensiones de sus generales (los jefes militares). Entonces, la Junta Central no tenía cómo hacer frente a ellas de una forma que no fuese mediante «argucias indignas e intrigas mezquinas» (p. 72). Si bien es una síntesis bastante abierta, puedo pensar que está relacionada con una inestabilidad a tal punto que el país se hacía ingobernable. Y, de la clásica posición de Marx, imagino que una mejor opinión habría tenido si la Junta Central se hubiese puesto en total servicio de la revolución, independientemente de su problemática relación con los militares. Entiendo, además, que la manera de sobrellevarla fue la acción artera y no la confrontación directa.

La siguiente idea fuerza que desarrolla Marx gira en torno al grado de disciplina del ejército oficial del país, y solo se puede leer, al respecto, un hito desastroso tras otro. La primera conexión histórica que propone aquí el autor es que, en épocas revolucionarias, los lazos de subordinación militar se hacen más débiles, por lo que la disciplina en tal rubro solo puede ser restablecida a través de la disciplina civil, pero allí es donde la Junta Central se veía incapacitada. Como consecuencia, ni podía generar la necesaria subordinación de los generales, ni estos sobre sus soldados. Los motivos señalados para la insubordinación fueron la falta de víveres, indumentaria y todos los demás materiales que necesita un ejército; una insuficiencia que, según se deduce, era permanente.

Entre otras características decadentes que explica Marx, el ejército español, según da a entender, no era firme en la batalla: siendo derrotado continuamente en territorios distintos, volvía a presentarse y con nuevas fuerzas. No obstante, es atribuido al hecho de que sus fracasos terminaban en —lo que parecían ser— huidas prontas, razón por la cual su cantidad de pérdidas no llegaba a ser significativa. Sí acepta Marx, de todas maneras, un beneficio de este accionar: mantenía al ejército francés en movimiento y obligado a diseminarse, debido a las apariciones no esperadas de los españoles dispuestos a hacer frente nuevamente. Aun así, el autor cita la batalla de Ocaña, del 19 de noviembre de 1809, como la última en donde el ejército español batalló con un solo eje (es decir, en la manera clásica). Tras el resultado nada favorable, no les quedó más que la guerra de guerrillas, las cuales, para Marx, fueron el reflejo de cómo los organismos locales de gobierno tuvieron un desempeño por encima de los del nivel central.

Más adelante, Marx requiere tener presente tres periodos en la historia de la guerra de guerrillas española:

Periodo 1. Provincias enteras, como Galicia y Asturias, se levantaron en armas y ejecutaron acciones de guerrilla.

Periodo 2. Guerrillas se formaron con remanentes del ejército español, españoles desertados del ejército francés, contrabandistas y otros. No obstante, sin influencia externa, su enfoque estaba en sus intereses inmediatos. (Debo aclarar que no he entendido si se trataba de nuevas guerrillas, de las previas fortalecidas, o una combinación de ambas situaciones.)

Comparto dos citas adicionales:

«Las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo» (Marx, 1854/2009, p. 75).

«Con la mayor celeridad se abalanzaban sobre su presa o se disponían en orden de batalla, según el objeto de la empresa a acometer. No era raro ver a los guerrilleros apostados todo un día al acecho de un enemigo vigilante para interceptar a un mensajero o apoderarse de provisiones» (Marx, 1854/2009, p. 76).

Finalizada la empresa acometida, la guerrilla se dispersaba, sus miembros a escondites o bien a sus labores regulares, como los campesinos. Entonces, los soldados franceses sufrían serias dificultades para identificar a sus enemigos españoles, y debían mantenerse siempre alertas, ya que la vigilancia española era constante desde las sombras (el «centenar de ojos» [p. 76]).

Lo contradictorio en la manera como Marx presenta el éxito de este segundo periodo es que, anteriormente, en el mismo artículo, quiso mostrar a un ejército español débil por sus huidas, aunque con retornos fortalecidos, y las mismas acciones nos cuenta ahora («huía constantemente, reaparecía siempre» [p. 76]) como una estrategia de ganadores. ¿Es posible que haya sido tan caradura como para contradecirse tan abiertamente solo porque el estilo tan criticado de huida y refuerzo que ejecutó el ejército nacional bajo un gobierno que despreció tanto —el autor— en las palabras también lo aplicó, a su modo e independientemente, la población civil y sus guerrillas, la cual le significan una parcialización positiva sin límites? Solo puedo rescatar en su defensa que, de acuerdo con su emocionalmente matizado reporte, a las guerrillas les estuvo yendo mucho mejor que al ejército.

Periodo 3. Las guerrillas existentes se sumaron al ejército español; sin embargo, el cambio de estilo no fue favorable para quienes eran parte de ellas, lo cual debilitó la resistencia de los (ex) guerrilleros frente al ejército francés.

La conclusión que Marx extrae de comparar los tres periodos, por tanto, no es ninguna sorpresa: «[Los tres periodos de la guerra de guerrillas] representan los respectivos grados de enfriamiento del ardor popular por culpa del espíritu contrarrevolucionario del Gobierno» (p. 77). Claramente, encuentra plataformas desde las cuales intenta asentar argumentos que llegan a sentirse disforzados. ¿Enfriamiento del ardor popular? Pero, ¿acaso no continuó la lucha hasta vencer a los franceses? ¿Espíritu contrarrevolucionario? Ser contrarrevolucionario sería atentar directamente contra la revolución. Sin embargo, no parece ser ello lo acontecido. Ha contado el autor que la Junta Central brillaba por su ineficacia, mientras que el pueblo tomaba las riendas de la batalla. La ineptitud de la primera no hace que, desde ambos lados, el objetivo no haya sido el mismo: independizar España.

Tras más descripciones críticas sobre el ejército español, el autor deja una alerta, esta vez, sobre las guerrillas: «Habiendo actuado durante tantos años en el teatro de sangrientas luchas y habiéndose acostumbrado a la vida errante y a satisfacer libremente sus odios, sus venganzas y su afición al saqueo, por fuerza tenían que constituir en tiempos de paz una muchedumbre sumamente peligrosa…» (p. 79). No parecen haber sido dignas, entonces, de una admiración desmedida por parte del dueño de estas palabras. Sin embargo, queda extraño que, habiendo pintado Marx una imagen tan favorable sobre las guerrillas durante el artículo, lo cierre con esta conclusión que es como, de repente, echar un balde de agua a la pintura recién fresca. Tal vez, así como describió a la Junta Central como presa del miedo de sus jefes militares, yo lo vería a él como presa de sus apasionamientos políticos al escribir.

Referencia

Marx, K. (2009). La España revolucionaria (J. del Palacio, ed.). Alianza Editorial. (Contiene escritos publicados entre 1854 y 1855).

Ambas imágenes obtenidas usando Copilot.

¿Todo bien?