Sin guardarraíles para la unidad

El tercer artículo para el New York Daily Tribune en el asunto de las revoluciones en España del siglo XIX fue publicado el 20 de octubre de 1854.

Una idea fuerza de este tercer artículo es la utilidad que representó para España la división del poder entre las Juntas provinciales frente Napoleón, ya que, según Marx, no solo tal división multiplicó los recursos defensivos —no me queda claro por qué una situación así los multiplicaría; me parecería (al menos, desde mi desconocimiento de la coyuntura) que lo que causaría sería la existencia de diversos puntos de concentración para ser usados contra el invasor, aunque se mantendrían, por lo visto, desintegrados—, sino también disgregó el objetivo de ataque de los franceses.

Para Marx, los extranjeros fueron desconcertados al encontrar la resistencia española en lugares distintos; no como satélites que obedecían a un poder central, sino más bien como poderes centrales en sí mismos —aunque puede asumirse, fácilmente, que serían de menor alcance que la potencia que podría presentar un ejército unificado—. Aun así, tras la evacuación de Napoleón de Madrid, indudablemente, se vio como una necesidad la existencia de un gobierno central, un camino nada fácil, ya que incluso la violencia, o iniciativas de, se mantenían entre Juntas provinciales. Lo interpreto como diferencias políticas irreconciliables, un legado que ha llegado hasta nuestra política peruana de cerca de la última década —claro, sin el aspecto de la violencia—.

Más adelante, Marx lanza unas líneas en el tema que, sabemos, más le gusta: el poder que la población es capaz de ejercer. En sus palabras (claro, traducidas*), «los destinos de los ejércitos reflejan en circunstancias revolucionarias más aún que en las normales la verdadera naturaleza del poder civil» (p. 55). Reporta, además, que la Junta Central, que debía expulsar al invasor, no tuvo más alternativa que retirarse de Madrid a Cádiz, pasando por Sevilla, debido a los triunfos que venían alcanzando los franceses, «para morir allí ignominiosamente», ya que «su reinado llevaba la impronta de una vergonzosa sucesión de derrotas, del aniquilamiento de los ejércitos españoles y, finalmente, de la atomización de la resistencia regular en hazañas de guerrillas» (p. 55).

La segunda idea fuerza del artículo se basa en la dificultad habida para la creación de un «centro revolucionario» (p. 56) —¿tenía que ser un centro revolucionario, tomando en cuenta que la disgregada revolución se gestó para hacer frente al invasor; y, sin invasor, fin de la revolución? O quizás el autor haya retrocedido nuevamente en el tiempo sin avisar—. En ese sentido, la propia composición de la Junta Central representaba una gran debilidad para tratar la crisis existente. Según Marx, era numerosa en exceso, elegida al azar y, a su vez, adolecía de insuficientes miembros para ser una Convención Nacional —en este apartado, entiendo que se refiere a la capacidad colectiva administrativa y política para formarla—. El autor detalla que su conformación era de delegados de las Juntas provinciales, quienes acarreaban «inclinaciones ambiciosas, la mala voluntad y el caprichoso egoísmo de estas corporaciones» (p. 56). Bueno, qué tipo de egoísmo no es caprichoso.

Respetando las distancias, no veo gran diferencia en cuanto al modo de operación del congreso peruano, especialmente desde 2016. Sin incluir a los buenos políticos, como Francisco Sagasti, quien terminó como el presidente elegido a regañadientes por los propios congresistas para salir de la terrible crisis de noviembre de 2020 (la población no se iba a prestar a aceptar a alguien que no sea probo, capaz ni conciliador, y recientemente había estado en pie de lucha, aunque con una cierta calma ganada ante la renuncia del usurpador luego de sus 15 minutos de fama —en realidad, cinco días de payasada política, y, encima, con dos jóvenes de la protesta masiva asesinados por la policía y muchos heridos—), tales calificativos, los aplicados por Marx para los delegados de las Juntas provinciales, le han hecho honor a una parte significativa de los integrantes del congreso peruano desde aquel año.

Posteriormente, Marx introduce a dos miembros de la Junta Central a quienes realza como los más eminentes: Floridablanca y Jovellanos, «víctimas ambos de la persecución de Godoy, ambos ex ministros, valetudinarios y envejecidos en los hábitos rutinarios y formalistas del dilatorio régimen español» (p. 57). Y continúa: «Representaban un antagonismo perteneciente al período del siglo XVIII que precedió a la Revolución Francesa. El primero era un burócrata plebeyo; el segundo, un filántropo aristocrático … Ambos eran opuestos a las tradiciones del feudalismo, procurando el uno despejar el terreno al poder monárquico y tratando el otro de librar a la sociedad civil de sus trabas» (p. 57). No es sorpresa que las personas más influyentes en un gobierno representen posiciones, algunas, tan dispares entre sí, pero observo que en ciertos aspectos coincidían. Posiblemente, sea lo que se requiera para la búsqueda de consensos de manera respetuosa, sin que nadie quede descalificado por la parte contraria por su pura existencia, como acontece en la política actual tan a menudo, y no solo en Perú, sino en otros países del mundo, siendo uno de los casos más resaltantes el de Estados Unidos, debido al estado de discordia e, incluso, desprecio mutuo al que han llegado sus dos principales partidos, sobre todo desde la llegada de Trump a la presidencia. A partir de lo que leo en los medios que sigo, la sociedad estadounidense a cambiado también acorde con ello.

Finalmente, dos preguntas busca resolver Marx acerca de la Junta Central. Primera, sobre la influencia que esta ejerció en el movimiento revolucionario español y, segunda, sobre su influencia en la defensa del país. El autor considera que sus respuestas explican muchos aspectos de las revoluciones españolas del siglo XIX que, hasta aquel momento, parecían un misterio. Del único párrafo redactado tras estas preguntas (p. 61), en síntesis, en un principio, la Junta Central tomó acciones que iban en contra de las muestras revolucionarias contra los franceses. Asimismo, había tenido un manejo económico que afectó presupuestalmente al país y a su desarrollo. Si bien Marx no lo señala, podría uno interpretar que, en situaciones de guerra (centralizada o no), lo que más se necesita es la solidez económica, la cual había sido debilitada.

Referencia

Marx, K. (2009). La España revolucionaria (J. del Palacio, ed.). Alianza Editorial. (Contiene escritos publicados entre 1854 y 1855).

* Cito a Jorge del Palacio, editor del libro, en su Introducción: «El texto que aquí les presentamos está basado en la traducción que la Editorial Progreso ofrece del mismo en su libro Marx/Engels, La revolución en España, Moscú, Progreso, 1978 » (p. 18).

Ambas imágenes obtenidas usando Copilot.

¿Todo bien?