No hace mucho estuve en Barcelona. Mi Barcelona. Si algún día creyera que mi destino recae en un lugar diferente de la ciudad donde nací y vivo, aquella española y catalana sería a donde apuntaría. La perfecta excusa para visitarla de nuevo, luego de 9 años, fue la IV Convención Internacional de la Asociación de Egresados y Graduados de la PUCP, mi universidad, cuyas siglas significan Pontificia Universidad Católica del Perú. Qué grandes palabras se juntaron en un mismo párrafo: Perú, PUCP (bueno, más parecido a una palabra sería la “Cato”) y Barcelona.
Llegará el momento en que hable sobre dicho viaje, pero esta introducción la utilizo para presentar el libro ya visto en la portada de esta entrada. Se llama Universidad y nación (Fondo Editorial PUCP, 2013), y fue editado por Miguel Giusti y Rafael Sánchez-Concha. El libro está basado en un coloquio dedicado al tema que le da título y que estuvo organizado por el Departamento de Humanidades el 2011, donde se otorgó el grado de doctor honoris causa a Benedict Anderson —siguiendo la resolución del Consejo Universitario del 3 de agosto del 2011, compartida en el libro, como “PhD por la Cornell University y profesor emérito de la cátedra Aaron L. Binenkorb de Estudios Internacionales de dicha casa de estudios, es un destacado y reconocido experto en estudios sobre nacionalismo y relaciones internacionales”—. Según lo entendido, el coloquio presentó un debate sobre cómo debe responder la educación, y principalmente la educación superior, al país que hemos conformado históricamente.
Por lo tanto, los capítulos del libro indagan en los elementos que caracterizaron la composición histórica del Perú en asuntos sociales, políticos y educativos para, desde allí, llevarnos a ser plenamente conscientes de cuáles deben ser las prioridades en todo proyecto organizativo de la educación nacional. Uno de dichos elementos —y de los más explorados— es que el Perú ha tenido siempre una fuerte relación con los Andes. Particularmente, los Andes nunca dejan de estar presentes en el discurso de académicos, políticos y ciudadanos, sea en el marco de fines de interés nacional como de lo que nos constituye como población. Sin embargo, también están presentes los usos perversos, como aquellos basados en el racismo enraizado que arrastramos como sociedad.
En el libro, las temáticas relacionadas con los Andes tienen una suerte de exclusividad, ya que la selva casi no posee un espacio de debate. Queda clarísimo que no se puede pensar el Perú sin los Andes, sin la sierra, y que todo aquel que crea que Perú está representado en Lima Metropolitana, y que la mirada económica, educativa y de modernización debe salir solo de allí para el resto del país, está en el más absoluto error. Pero ello también aplica para la región natural de la selva.
Lamentablemente, pensando esta vez desde el ámbito universitario exterior a Lima, ciertas iniciativas de desarrollo y crecimiento de universidades desde las regiones fueron severamente afectadas por diversos factores, ya sean económicos, academicistas, políticos e incluso terroristas, retrasando su progreso. No obstante, ello no debe cegar la visión de que, estando las buenas universidades entre los principales centros desde donde se fortalece continuamente el conocimiento sobre el país de forma multivariada, en definitiva, existen mundos alternativos a Lima que siguen su rumbo y que requerirían de una mejor interconexión y soporte estatal para que pueda haber una mayor transferencia de saberes entre regiones, y también hacia la capital, desde cuyas entidades gubernamentales puedan darle un mejor reconocimiento y difusión mediante acciones efectivas que vayan mucho más allá de la publicidad.
La ausencia de la selva no es la única crítica que haría al libro, sino también que su debate se mueve principalmente en un ámbito que se siente más lejano en el tiempo, tomando en cuenta cómo de rápido cambian las cosas hoy, y cómo lo hacían al año de su publicación. Aunque podría equivocarme en la siguiente precisión, lo que me llevo del libro respecto del tiempo es que su énfasis (no su totalidad) estuvo en el periodo de entre principios del siglo XX hasta los años setenta. Sin embargo, el coloquio fue el 2011, así que habría esperado también un debate asentado en una época más contemporánea, ya que no podemos decir, tampoco, que una nación se mantiene estática en el tiempo. Siempre hay novedad, la cual está en directa relación con las nuevas formas de ser en el Perú y los nuevos mecanismos de interacción con el mundo. Al 2011, por ejemplo, ya se podía haber hablado perfectamente de la influencia del neoliberalismo a nivel global y cuál era, o debía ser, la posición de la universidad peruana frente a dicho paradigma macroeconómico.
Aun así, el libro contiene también artículos que proponen una mirada transversal a cualquier época, o que añaden esta mirada a su revisión histórica. De ellos, el nombre de autor que más recuerdo es el siguiente: Salomón Lerner Febres. En la Convención de Barcelona, le dije al actual rector de la PUCP, Carlos Garatea Grau, que, si había un peruano a quien admiraba (en referencia a una anécdota que nos contó a los asistentes sobre que a la juventud peruana —en este caso, en edad universitaria— le cuesta señalar a alguna personalidad que admire de su país), era al ex rector (cuando ingresé a la PUCP, Salomón Lerner ejercía su segundo periodo en el rectorado).
Mi admiración está basada, en parte, en la profundidad de sus escritos sobre la realidad peruana, a través de cuyo estilo narrativo el lector queda interpelado y se pregunta qué puede hacer frente a ella. Asimismo, en el hecho de que haya presidido la Comisión de la Verdad y Reconciliación, una de las instituciones más importantes que hemos tenido en nuestra historia. Nunca olvidaré un mensaje que formó parte de un discurso que dio en un evento donde participó hace varios años en el campus, al cual asistí. El mensaje, si bien no fue exactamente con estas palabras, podría parafrasearlo, si se me permite la libertad, en primera persona así: “Nosotros, quienes integramos la PUCP y formamos parte de su continuidad institucional, somos el sueño cumplido de Jorge Dintilhac” (teólogo y sacerdote francés que fundó la PUCP y también fue su rector). Justamente, el evento (acontecido el jueves 22 de marzo de 2018) fue en honor a Jorge Dintilhac en relación con la fundación de la universidad, que dos días después iba a cumplir 101 años de existencia.
Salomón Lerner, en su artículo, presenta una idea a la que consideraría la madre de todo: la ciudadanía. Es a través de ella que un país puede tener un futuro. De aquí, mi reflexión es que la buena ciudadanía, respetuosa de los demás y su entorno, responsable con los suyos y su comunidad, es el canal para que la nación pueda progresar. Entonces —y no podría estar más de acuerdo—, la universidad existe para formar ciudadanos, para volvernos ciudadanos. Allí radica su misión más fundamental. Después, podremos discutir sobre la evolución de la ciudadanía como concepto, su regulación y puesta en práctica en el tiempo. No obstante, el argumento no se desvanece ni se desvía: necesitamos de la universidad, pero aquella realmente pensada para la educación como fin último y el desarrollo del país. Ninguna más.
Lamentablemente, el Perú, y sobre todo Lima Metropolitana —sin pretender ser más específico, aunque sería lo mejor—, presenta una grave carencia de ella, la buena ciudadanía. Tal es así que, las malas prácticas y actitudes, que existen por doquier, se ven potenciadas por un entorno generalizado de irrespeto a las reglas más básicas de convivencia; la impunidad; la microcorrupción naturalizada y la delincuencia; la miseria de políticos que nos abunda; su corrupción y aquella de empresas; el desorden vehicular extendido como una mala hierba que no deja de multiplicarse; la mediocridad aprendida, recomendada y elegida; y la más completa indiferencia frente a la necesidad de cambio. Es muy difícil guardar una esperanza en que el Perú pueda mejorar sustantivamente, siquiera, en el largo plazo. Es un país podrido desde distintos ángulos, empezando por sus instituciones más importantes —los tres poderes del Estado—, y que solo podría empezar a corregirse si se aplicaran decisiones drásticas, como las que se están dando en algunos otros países de América Latina y el Caribe.
No obstante, esa carencia no es absoluta. Tiene mucho valor para mí la efectiva existencia de personas y minorías, dispersas y por lo general en silencio, que sí quieren hacer las cosas bien y tienen la perspectiva de un mundo diferente. Muchas veces, no alcanzan para, sencillamente, no verse opacadas por una sociedad a la que, mayoritariamente, no le importa nada más que satisfacer sus propias necesidades a como dé lugar, y que anda cargada de un egoísmo e impaciencia sin límites, un ejemplo de lo cual se ve día a día en los jirones y avenidas de muchos distritos limeños. Por dichas personas y minorías, por dichos buenos vecinos, por dichos nichos de buena convivencia, aquellos pequeños espacios de mundo, es que vale la pena seguir adelante. Allí es donde se ubica, en una lucha continua, instituciones como mi universidad, la cual se mantiene, a través de los años, como una luz que brilla entre las tinieblas para marcar el camino. Aquel de una ciudadanía que, algún día, espero nos lleve hacia el sueño cumplido de un ver y vivir un mejor Perú, aunque ya no pueda estar en persona.
No mencioné que, a mi viaje a Barcelona, llevé el libro, cuya lectura avancé, pero culminé en Tacna, un destino contiguo, otra experiencia que quedará pendiente de contar.

