Isabel, Tom y Lucy

Cuando vi en el cine esta historia, supe que era una a la que iba a querer regresar. Años después, el recuento de los hechos yacía esfumado en mi memoria, aunque con una excepción: el faro y una pareja que, a punta de dolor y decepción, formó una familia con una bebé que no le correspondía. Un dilema ético de ligas mayores.

Dicen que, en el transcurrir de la vida, vamos recogiendo lo que hemos cosechado. Pero ¿en qué parte de la interminable telaraña de decisiones que tomamos en nuestro camino una frase como esta encuentra especificidad? No deseo ser pesimista, pero, si estamos suponiendo que una buena y una mala acción tienen consecuencias para bien o para mal, respectivamente, ¿cómo es que es tan normal que experimentemos decepciones y desencuentros si ya supiéramos, de antemano, lo que tendría que pasar? ¿No será que lo bueno y lo malo no siempre son tan sencillos de definir? ¿Y qué si a ello le agregamos gradaciones, como cuando decimos “qué tan bien” o “qué tan mal”? ¿Sería mejor hablar de un balance donde no solo entre a consideración una sola decisión tomada, sino cómo se entrelaza con más de una?

Me gusta pensar que no es nada sencillo hacer análisis sobre lo bueno y lo malo, y me animo a decir que hay situaciones en las que podría no existir una respuesta definitiva. Una acción que consideramos correcta no necesariamente trae los resultados esperados. No obstante, hay más de una complicación que puede presentarse para nosotros:

  • Que la decisión tomada no existe de manera aislada. En cambio, entra “al ruedo” de las decisiones que toman o han tomado otras personas y que tienen una afectación sobre la propia decisión o los resultados que se espera.
  • Que lo que se decide hacer no produce, necesariamente, un solo resultado, sino que puede desencadenar más de uno, algunos favorables y otros no tanto.
  • Que el (los) resultado(s) producido(s) no necesariamente permanece(n) estático(s) en el tiempo. Si bien aspiramos a un efecto permanente, o puntual, es más probable que este sea temporal respecto de su estado actual.
  • Que lo que en un momento se ha creído la mejor decisión, puede ser que no lo haya sido. Es más, que el mejor camino de acción hubiera sido un conjunto de acciones y no solo una. O que no haya existido una mejor decisión, sino solo algunas que podían considerarse las menos malas o de elección inevitable.
  • Que una acción, si bien buena por sí misma, no genere efectos si no se realiza en conjunción con otras.
  • Que la acción resultante de lo que era a priori una buena decisión sea deficiente en su ejecución, o sin el acompañamiento necesario para ser realmente eficaz.
  • Que, en realidad, la acción no haya sido, o deje de ser, necesaria.
  • Que, en un determinado momento, no se tenga la mejor y más completa información para tomar la que podría ser la mejor decisión. Una oportunidad perdida.

Y, así, puedo seguir pensando en complejidades. Sin embargo, a lo que me referí inicialmente es que, una vez más, no siempre hay respuestas certeras para entender lo que vivimos. En un sentido abstracto, incluso un balance podría perder utilidad, ya que, si vemos las premisas compartidas, no habría forma de siempre saber cuál ha sido la desembocadura final de nuestras decisiones, o si el cambio generado fue debido a ellas mismas o a las que tomaron otras personas. En un sentido práctico, no obstante, formar un balance puede ser un modelo útil para sopesar lo que salió bien y mal en las coyunturas vividas. Aun así, considero que un análisis debe considerar profundizar sobre el contexto en que se tomó, y que influyó en, una (cada) decisión.  

La cadena de decisiones que surgieron desde el momento en que Isabel y Tom decidieron quedarse con Lucy, como llamaron a la bebé que apareció en la orilla de su pequeña isla junto a su padre muerto, fue una que devino en una alegría desmedida sobre Isabel, aunque posiblemente asentada únicamente sobre el vacío que le dejaron sus anteriores pérdidas, las cuales la dejaron muy frágil espiritualmente. Y también en una alegría sobre Tom, pero con una gran sensación de intranquilidad en el interior de su ser, ya que sabía que no estaba bien el no haber reportado el hallazgo y sus posibles consecuencias. Una sensación intensificada dado el cargo que ostentaba. Es decir, mutuamente, fue una alegría con pies de barro, a la que se sumó, por un lado, el temor latente, y en las sombras, inherente al ocultamiento, y, por otro, los momentos de amargura y tristeza.

Hasta que la mentira se tornó insoportable.

Hay valores que son inconteniblemente fuertes y pujan desde las entrañas para enderezar, de una forma u otra, los caminos desviados.

Este camino, sin embargo, a pesar de haberse enderezado, con Lucy volviendo a su familia original, nunca llegó a repararse del todo. No obstante, siempre le quedó a esta pareja su espectacular estoicidad soportada en una apasionada lealtad entre ambos, construida sobre los cimientos de su, finalmente, inquebrantable amor. De aquellos que perduran.

No siempre estamos preparados para las situaciones difíciles de la vida e incluso, cuando creemos estarlo, nos vemos igual de embestidos por ellas. Al final, lo que llevamos en las palmas de nuestras manos es tan solo la mejor voluntad que podamos ofrecer, y un estado de ánimo positivo que esperamos que la acompañe. Y, a veces, un encuentro inesperado, lleno de ternura, es lo que necesitamos para conocer, o recordar, que lo vivido siempre tuvo sentido, aunque, de ser el caso, nos hayamos equivocado en nuestra buena voluntad, sin que esta justifique el error. Reconocer tal equivocación nos da una lección de inmensidad que humildemente deberíamos aceptar, además de asumir la responsabilidad que corresponda por nuestras acciones.

A pesar de que la vida puede ser muy compleja, sigo pensando que, si has apuntado hacia bien, podrás seguir construyendo o reconstruyendo tu entorno.

Siempre recordaré la historia de Isabel, Tom y Lucy, y el magnífico libro que escribió M. L. Stedman, The Light Between Oceans.

¿Todo bien?