El pavimento se ha llenado de polvo. Es lo que sucede cuando se deja al agua de lluvia secar por sí sola. Queda como manchas sin un patrón definido. Subsiste en la forma de líneas curvas sin un destino fijo, como si fuera una metáfora de la vida que intenta decirte que no hay algo que esperar. Pero tan solo hay que trapear ese espacio vacío, libre, para que recobre algún brillo, antes de que la lluvia regrese a embarrar todo de nuevo.
Y aún pienso en ti. Quizás, las experiencias más intensas son aquellas con mayor probabilidad de terminar en desastre. Pasar de tus brazos y tu cuerpo desnudo a este vacío infinito solo puede dejar una marca. Aquella de la distancia, ya no solo la física, sino la de saber que solo fui un cuerpo inerte. Yo, inerte. Es como si lo que más deseáramos, al punto de la obsesión, fuera lo que más nos daña. Y allí estaba yo, queriendo entender por qué mi ser interno no significó un ápice. Ni mis pensamientos, ni mi mente. Yo, queriendo tontamente forzar, por la razón, el único camino admisible, un cambio de realidad.
Quizás, mi única realidad sea aquí, entre estos desvencijados libros, que cada vez se llenan más de polvo. Aquí, al lado de esta gata a quien he decidido —tristemente— nombrar con tu nombre, como satisfaciendo la necesidad de sentir que, de alguna manera, sigue existiendo la vaga posibilidad de abrir un nuevo libro en blanco contigo. Pero sería siempre un segundo volumen. Como si no hubiera entendido que hay cosas que ya han pasado. Y que cambiaron.
Pero me agrada. Acaso hayas sido una necesidad de compañía, quien a su vez me confrontó con mi propia inseguridad, aquella que buscaba ser abrazada por alguien como tú, como si una abstracción así fuese la salvación de las personas enamoradas. Es tan solo una carencia. ¡Tanta literatura y no he podido darme cuenta de que el mundo es mucho más amplio que las pequeñeces de mi pensamiento, de mi ego! De mi incapacidad para darme cuenta de que está bien no estar juntos, y está bien desear cosas distintas.
La primera carta que estuve escribiéndote —después de la lluvia— la arrugué y boté. Me regodeaba en una melancolía a través de mensajes que se colaban entre las líneas sin pronunciar sus palabras, como diciéndote que aún te amo, que aún te necesito aquí. Pero ello quedó atrás. Ahora, te escribo de nuevo porque he seguido descubriendo que, quien se hundió en esa tormenta (ya me conoces), no fui yo ni nuestro contrato social (¿sexual?) firmado a regañadientes por mí, quien nunca accedería a tu alma, sino mi propia indiferencia a la vergüenza de mi ser.
Pienso en ti por quien fuiste, pero no pienso que te ame más. Me parece que no. No obstante, nadie queda ileso. Si te desbarrancas, al volver a levantarte, el impacto te moldea. Ese golpe y esa sangre derramada se hacen por siempre parte de tu vida, aunque ya no los puedas ver. Es mi conferencia la que tengo que terminar de preparar. Cuando llegue el día, me despertaré, me bañaré, desayunaré y me alistaré para salir. Y estaré departiendo frente a mis oyentes y quizás lleve un café en la mano: sabes que me encantan. Y más tarde volveré a la biblioteca, ya que me exige un cuidado especial con tantos textos especiales.
Nos encontramos a nosotros mismos en la manera como llevamos a cabo nuestra actividad cotidiana. Es allí donde descubrimos nuestra fortaleza, en la continuidad que nos permite el siguiente paso. Cada paso ya dado se añade, como ladrillos, uno sobre otro, al edificio inacabable de la constitución de nuestra experiencia. Ya no siento tu cuerpo entrelazado con el mío; tan solo estás en el viento. Eres una sonrisa y una mirada breve hacia un lado, las cuales terminan con un suspiro. Y yo soy quien está sentado aquí con este papel y este lápiz, unos libros que duermen hasta la siguiente luz del día y una gata que, al parecer, se identifica contigo en mi vasta paciencia y ciertas obsesiones hogareñas cotidianas.
Lo que me depara es volver a arrugar este papel y lanzarlo al tacho que está al lado de la pata de la mesa, una de las posteriores, puesto allí para evitar estarlo pateando de casualidad. Es probable que la bola amorfa de papel golpee su borde y caiga al piso; no importa, la recogeré mañana. Al fin y al cabo, no estoy apurado y ya siento deseos de ir a dormir.
Siempre podremos confiar en el día siguiente. Y en la lluvia que volverá a caer.
Sobre la obra original:
CONFERENCIA SOBRE LA LLUVIA
Escrita por Juan Villoro. Estrenada en Perú de manera virtual (grabada) por el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú el 2020. Dirigida por Marco Mühletaler y con la actuación de Alberto Ísola. Música para la obra: Chopin: Nocturne No.18 In E, Op.62 No.2.

Nota 1. La portada y todos los cuadros son capturas de pantalla que tomé no solo para una futura publicación en este blog, que finalmente llegó, sino para el magnífico recuerdo. Por esto último, agradezco al CCPUCP.
Nota 2. El texto está hecho de palabras imaginadas como una posibilidad para la continuidad de las cavilaciones del conferencista.
