Una junta pandémica

Nunca imaginé que, en algún momento de mi vida, podía haber sentido nostalgia por mi ciudad. Sin embargo, si sorpresas son las que llegan a nuestras vidas, sus medios son diversos e incluyen toques emocionales.

Bullicio.

El bullicio resuena incesante y, a pesar de observarse en la imagen, un audiovisual, se puede sentir su toxicidad. No hay mejor manera de introducir a Lima que por la vida en sus avenidas. Alguna vez, hablando con un arequipeño, me contó que le gustaría formar una vida en Lima. El movimiento de la capital lo atraía. Yo, al contrario, le dije que me gustaría vivir en una ciudad que me transmitiera una calma como la que Arequipa provee. Lo noté desconcertado.

Es claro que nuestras perspectivas de vida eran distintas. Lo que le podía esperar no necesariamente era lo que él podría haber imaginado. Y es que a muchos nos gusta el movimiento de una ciudad capital como Lima, pero que no venga cargada de aquellos otros aspectos por los que se la identifica también: una ciudad caótica en sus avenidas, donde las faltas de respeto en el conducir y en el trato están a la orden del día desde los conductores de buses, microbuses, taxis y particulares; donde la gente trata al espacio público como su basurero personal, lanzando a cualquier parte, a diestra y siniestra, sus envolturas y otras basuras; donde hay que hacer malabares para no ser atropellado, y donde, incluso cuando hay presencia policial, se incumplen las señales de tránsito, y así puedo seguir.

No obstante, las imágenes muestran ahora que el bullicio, poco a poco, empieza a transformarse. El sonido de los vehículos transitando, las bocinas, las voces de la calle convertidas en viento sonoro, se escuchan cada vez más lejos, van dejando de ser parte del aquí. De repente, se asienta una calma de la cual nadie creía que Lima fuera capaz: la pandemia había llegado. Escribo estas líneas en mi laptop hoy, 12 de julio de 2023, pero mi borrador lo escribí tiempo atrás con lápiz y papel.

Continúo.

Nos adentramos, pausadamente, en la vida de un conjunto de vecinos de un mismo edificio residencial, y su intento por resolver un inconveniente interno en una de sus juntas, la cual se abocaba a una coyuntura en particular.

Sí, la junta extraordinaria había empezado, y con ella la obra del mismo título que había puesto en escena —o, mejor dicho, en Zoom— el Teatro La Plaza, uno de los más importantes de Lima.

Ya en pleno uso de las “nuevas maneras”, se trataba de una reunión vecinal programada en Zoom (a donde también se conectaba el público) en cuya sesión se presenciaba el desenvolvimiento del conflicto, como una situación real. Entre los espectadores —y esto fue un punto alto de la creatividad de la producción—, previamente, hubo quienes fueron seleccionados, previa inscripción, para formar parte de la junta, así que lo que podíamos ver era una cuadrícula de ventanitas donde los vecinos (un actor, una actriz y, los demás, espectadores “participantes”) tomaban la palabra según fuera su oportunidad.

Había en el edificio una trabajadora de la salud que no se encontraba presente, ya que había ido a atender su turno correspondiente al establecimiento de salud donde se desempeñaba, y donde día a día debía hacer frente, atendiendo a paciente, a la terrible enfermedad que aquejaba al mundo.

El moderador de la junta, cuya esposa era la persona que describí en el párrafo anterior, iba a dirigir la reunión desde su baño, encerrado, con el fin de conseguir un poco de privacidad para una ocasión tan importante. Aun así, si sus hijos menores llamaban a la puerta, debía atenderlos (mientras los demás conectados nos “ganábamos” con las graciosas interacciones). ¿Suena familiar?

La obra fue una comedia original adaptada a la vida en pandemia, en el contexto limeño, y que no solo buscaba reflejar lo que estábamos viviendo, sino mostrar una serie de actitudes que también habían empezado a ser comunes. En ese sentido, el conflicto social se debió a que alguien había empezado a pegar mensajes de rechazo en el ascensor para la trabajadora de la salud mencionada, sin que los vecinos supieran —excepto por el moderador— quién era específicamente. Solo tenían conocimiento, eso sí, de que en el edificio vivía un personal de salud, a quien se estigmatizó. Se convirtió en un bicho, un ser sin rostro donde podía descargarse odio y discriminación. No necesariamente era el sentimiento generalizado, pero la reunión buscaba determinar quién había estado colocando dichos mensajes.

La junta llevó a una serie de argumentaciones y contraargumentaciones sobre la problemática, las cuales se presentaban con anécdotas de cada participante y de sus deseos más sentidos. Asimismo, se combinaban con situaciones muy amenas que, a la vez, podían resultar sumamente emotivas, las cuales nos fueron trasladando, a su tiempo, a descubrir quién había sido la vecina o vecino de los mensajes.

En plena discusión, se conoció que ese día era también el cumpleaños de la esposa del moderador, con quien se entabló una comunicación a través de su celular para cantarle. Cuando ello aconteció, desde la pantalla del dispositivo, mostrada a la cámara para la reunión, ella, que se había dado unos minutos desde el trabajo para esta breve conversación, se quebró frente al cariño recibido. Y fue precisamente en esta interacción que los participantes de la junta descubrieron que la persona atacada por los mensajes en el ascensor había sido ella, la esposa del moderador —quien no había mencionado nada al respecto durante la junta para no alterar el juicio de los presentes—, y a quien conocían, pero sin estar al tanto de que ella era el personal de salud.

El arrepentimiento fue grande por parte de la autora de los mensajes, una señora que la había apreciado desde siempre y que no podía creer lo que había hecho. Resulta que esa persona ahora tenía un rostro, y eso dice mucho de cómo somos como seres humanos. Construir un país mejor pasa por no demonizar a nadie por ningún motivo, por no dejarnos llevar por prejuicios ni discursos de odio, sea que conozcamos a ese otro o no. Una tarea titánica. No obstante, no solo Lima, sino el mundo entero, con mayor o menor intensidad, está lleno de esa actitud, y nadie es santo aquí. Aun así, la obra me dejó sintiéndome mejor, con una pequeña dosis de esperanza en que podemos encontrar espacios donde se apueste por el cambio y podamos ver el futuro con otros ojos.

Con las magistrales actuaciones de Gisela Ponce de León (cuatro personajes) y Christian Ysla, la obra me hizo reír y emocionó en demasía, y la música del final, que acompañaba a nuevas imágenes de Lima y otras partes del mundo, me trajo toda la nostalgia de la vivencia de la ciudad en un momento en donde no solo había confinamiento decretado por el Estado, sino que lo mejor era estar confinado. Porque, lo que verdaderamente extrañaba en ese tiempo eran los espacios que promueven la reunión de personas, la interacción positiva, la amabilidad fundamental, el trato cordial, las rutas que te dirigen a tu destino y aquellas donde puedes transitar con las personas que más aprecias.

Allí estaba la ciudad, y aquello era lo que extrañaba, y mucho.


Alguna Información adicional de la obra

Estrenada el 4 de junio de 2020. El edificio se llamaba El Porvenir. El equipo de creación estuvo conformado por Alejandro Clavier, Chela De Ferrari, Luis Alberto León y Claudia Tangoa.

¿Todo bien?