En alguno de los viajes que realicé a la Ciudad Blanca, mi siempre extrañada Arequipa, compré un libro luego de largo recorrido al interior de la librería donde lo encontré. Estar en una librería me hace agua la boca. Es encontrarme en uno de los lugares más valiosos en que se puede estar. Es como un limbo donde se halla la cumbre del pensamiento, con todas esas letras que me rodean y donde se hallan los entendimientos más elaborados sobre el mundo que habitamos. Es como una cueva espectacularmente amoblada donde no siento, nunca, que necesite retirarme, aunque sepa que, llegado cierto momento, deba hacerlo. Un lugar donde el solo pasearse por toda esa creación me llena de motivación para seguir aprendiendo y, a mi manera, creando yo mismo.
Pero me he desviado demasiado. Fue en mi segunda visita, y específicamente el lunes 27 de julio de 2015, que, antes de ir a almorzar, estuve en una librería ubicada en la calle San Francisco, 213, cuyo nombre no recuerdo, pero que aparece listada como El Lector en el Maps a la fecha de editar estas líneas. El local poseía todo un ambiente de madera oscura y un despliegue de lo más acogedor, donde primaba la sensación de lo clásico en plena modernidad del siglo XXI.
Luego de largo revisar, recaí en el libro llamado Redes de indignación y esperanza de un autor harto conocido, Manuel Castells, de quien ya había tomado nota de su importancia en la universidad. No me resistí a la idea de que trataba sobre movilizaciones sociales con grandes impactos en la sociedad, y conducentes hacia los resultados fervorosamente buscados que, en algunos casos, se lograron; en otros, no llegaron a darse en la forma que se habían pensado inicialmente; en otros, en la manera en que se dieron, contribuyeron a moldear la política o gestión gubernamental en ciertos aspectos; y en otros, no perduraron. O una combinación de todo ello.
Siempre me he sentido atraído hacia la manera como surgen y van hacia adelante las movilizaciones sociales, algunas de las cuales terminan deviniendo en movimientos —con un mayor nivel de estructura y posturas más definidas—, y algunos de los cuales, a su vez, permanecen activos mientras que otros pierden influencia. De arranque, excluyo de este comentario a toda movilización idiota, es decir, aquella que surge a partir de interpretaciones “graciosas” (por no usar otra palabra) de las circunstancias que le conciernen (para no dejar al lector y lectora sin un ejemplo, me puedo referir a las movilizaciones como, por ejemplo, en contra del enfoque de género, o a favor de liberar al ex dictador y corrupto Alberto Fujimori, o a favor de derrocar a presidentes basándose en narrativas ideadas por los medios, entre otras). Son movilizaciones mínimas a las que, en su mayoría, solo las conforman algunos “gatos”, aunque haya excepciones, como la “Marcha por la Vida”.
Las movilizaciones que más despiertan mi interés son aquellas donde la ciudadanía se une para protestar a favor de la defensa de sus derechos. Aquellas situaciones donde sectores dejados de lado alzan la voz para poder ser escuchados luego de tanto olvido, o donde ciertas circunstancias funcionan como una chispa que despierta una rápida convergencia de valores que buscan un reclamo masivo ante decisiones, sobre todo políticas, que terminan configurando un gran perjuicio a ciudadanos y ciudadanas. Particularmente, las que más me emocionan son aquellas en defensa de la democracia, un ideal con el que me identifico plenamente (aunque, sinceramente, podría pensar en otra manera de organizar nuestra democracia, pero será un asunto de escritos futuros).
Al final, la democracia somos todos y es lo único que nos queda para poder creer que existe una vida que valga la pena vivir, para que la ilusión siga vigente de que podamos aspirar siempre a seguir creciendo. Que caigan todas las utopías y que surja el planeamiento, la organización, la dirección, el control y la mejora continua en la política y la gestión pública.
El análisis de Castells rebosa en precisión de claves para el entendimiento, por lo que, desde el primer momento, se me hizo muy sencillo adherirme a sus propuestas interpretativas. La sociedad red es todo un mundo por seguir estudiando, y por incorporar desde los gobiernos al devenir de los países. Es imposible ser ajenos a ella. Y ahora que las tecnologías siguen desarrollándose y los países, en mayor o menor medida, siguen avanzando en su implementación, más que nunca se requiere de la prospectiva sobre cómo serán nuestras poblaciones (latinoamericanas) de aquí a 10 o 20 años.
Siendo la primera del 2012, una segunda edición del libro se lanzó el 2015 —ambas por Alianza Editorial—, la cual no solo contiene el texto de la primera, sino agregados adicionales, no solo de casos sino de discusión. No obstante, si debo recomendar una edición, sería solo la primera. Pienso que la discusión añadida a la segunda retorna sobre los mismos puntos y hasta podría tornarse repetitiva. En cambio, el mensaje central ya está expresado en la primera (aunque leer sobre casos nuevos sea siempre interesante).
Y un comentario extra. Si de comparar portadas se trata, la primera se lleva de encuentro a la segunda. No solo porque la combinación de colores de la tapa le da mayor intensidad a la fotografía, sino que los rostros de las movilizaciones retratadas transmiten sensaciones distintas. ¿Es necesario que ese muchacho esté sonriendo como posando para un selfie? Ciertamente, allí no hay ni indignación ni esperanza.

Casos trabajados en los libros:
Primera edición: “La revolución de la libertad y la dignidad” en Túnez, revolución de las cacerolas en Islandia, revolución egipcia, levantamientos árabes, indignadas en España, Occupy Wall Street en Estados Unidos.
Segunda edición (añadidos): enfrentamiento entre la vieja y la nueva Turquía, contra la corrupción política en Brasil, movimiento estudiantil en Chile, #YoSoy132 en México, Movimiento Cinco Estrellas en Italia (desde dentro de la política).

